Uno de los visitantes más ilustres y asiduos del Palau de la Música volvió a presentarse ayer ante el público valenciano. El genial pianista ruso Grigory Sokolov se reencontró con el respetable en la Sala Iturbi, con un recital en el que el público pudo escuchar un programa romántico centroeuropeo con Arabeske y la Fantasía en do mayor de Robert Schumann, además de 2 Nocturnos, op. 32 y la Sonata núm. 2 de Frédéric Chopin.

Hace no demasiado que Sokolov estuvo en la ciudad. Concretamente en marzo de 2015. Así pues, la mayoría de espectadores que ayer fueron a ver al pianista ya conocían el gusto de Sokolov por los recitales largos, con sus generosas propinas (hasta seis llegó a ofrecer en su anterior actuación), lo que eleva sus concierto por encima de las dos horas. Considerado como uno de los mejores pianistas del mundo, sus recitales titánicos llenos de musicalidad, intimismo y técnica suponen una cita habitual en el auditorio.

No es Sokolov, por otro lado, una de esas estrellas que proyecta su aura más allá de los conciertos. Al contrario, se trata de un músico meditabundo, contemplativo e introspectivo, que se centra en el piano y que lejos de él se encuentra en las antípodas de estrellas como Lang Lang. Sokolov ama la música y se aleja de la prensa, hasta un discreto segundo plano.

Nacido en Leningrado, comenzó sus estudios de música a los cinco años, y a los dieciséis comenzó su carrera internacional, tras ganar el Primer Premio en el Concurso Chaikovski en Moscú. Sus discos en directo de la época soviética adquirieron un estatus casi místico en occidente. Ha trabajado con las filarmónicas de Nueva York y Munich o en la Orquestra Royal Concertgebouw de Ámsterdam antes de dedicarse en exclusiva a los recitales.