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Tres maravillas en una

Grigory Sokolov

palau de la música (valencia)

Intérprete: Grigory Sokolov. Con obras de Schumann y Chopin.

Como tras haberle oído con este diez recitales (más dos conciertos con la Orquestra de València) se puede afirmar como norma en él, Grigory Sokolov (San Petersburgo, 1950) no ofreció sólo una maravilla sino, sumando las propinas, tres. Con un repertorio en torno a Beethoven, Schumann, Schubert y Chopin, e incursiones en Bach, Brahms y Prokofiev sobre todo, de ordinario anuncia dos de estos autores, y luego, fuera de programa, otro más. En esta ocasión, la primera maravilla llevó el nombre de Schumann, un compositor en el que, con las dos obras escogidas como exponentes quizá máximos, la coherencia plantea siempre un problema o, mejor dicho, una tarea primordial para el intérprete. La solución de Sokolov fue, lo mismo que su mecánica, modélica: partiendo de unos tempi básicos ajustadamente medidos, aplicar el rubato con el criterio igual de juicioso para que toda sección, toda frase y hasta cada adorno se integren desde su individualidad en un todo finalmente dotado de sentido global. La suspensión del tiempo lograda en los ritardandi indicados para la transición de la Arabeske, la perfecta construcción del clímax en el primer tramo de la Fantasía y, más si cabe, la forma en que en su final se pasó de la risa al llanto y vuelta dejaron los ánimos completamente exhaustos.

De las tres páginas de Chopin que ocuparon la segunda parte, entre el sinfín de detalles que se podrían citar comenzaron admirando la forma en que en el segundo Nocturno op. 32 se aprovecharon los tresillos para producir la picante sensación de vals donde no lo hay o, ya en la Segunda sonata, el dramatismo del primer movimiento y el final en pianissimo de la sección central de la Marcha fúnebre. En la conclusión de ésta y en el Presto conclusivo, la lección fue de independencia de manos: primero en la doble dinámica, luego en la doble articulación que resolvía tirando por la calle de en medio el dilema entre claridad y zumbido.

Cinco Schubert y, en cuarto lugar, un Chopin constituyeron la tercera maravilla, no menos intensa que las previas. Por el gusto de los asistentes podríamos haber seguido hasta el amanecer.

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