«No somos carne», saltaba el actor porno William Sexdick. Por eso, dice, le gusta el nuevo festival de Valencia. «Se da protagonismo a los actores y su trabajo, eso nos motiva», incidía el performer, en una manifestación que podría ser incluida en el decálogo de un certamen que se proclama estandarte de otra pornografía, una que «es cultura» y «manifestación artística». Así lo ensalzaba uno de los coordinadores del primer Valencia Sex Festival, que tendrá su colofón el fin de semana en el recinto ferial, aunque lleva dejando migas de pan por toda la ciudad desde la semana pasada en forma de talleres y debates sobre el asunto.

Torres y Anarela Martínez, la otra coordinadora del evento, se pertrecharon ayer tras las voces de varios protagonistas del sector: el propio Sexdick junto a su pareja de actuaciones Mitsuki Sweet, el director Nico Bertrand, el actor transgénero Kay Garneller y el actor y director Colby Keller.

Serán en total unos cuarenta artistas en otras tantas actividades los que traten de mostrar al público „esperan entre 7.000 y 10.000 espectadores„ esa manera «alternativa» de acercarse a un mundo que la gente suele percibir tras dos filtros: el tabú del sexo y el del «negocio turbio» que envuelve a una de las industrias más poderosas del planeta. «En eso os pasamos la pelota a los medios», contrarrestaba Torres cuando se le aludía al peso que tienen en el imaginario casos como el del empresario Torbe: «Del porno solo aparece en los medios lo negativo», lamentaba el organizador.

Para tratar de romper barreras el Sex Festival mezcla, explicaba Martínez, una «parte lúdica con otra educacional», en un encuentro que tendrá espectáculos eróticos y espacios para que los espectadores experimenten, y que pretende alejarse de lo que implican los clásicos «salones eróticos». «Aquí no vienen a promocionarse la productoras; será más una fiesta», anunciaba Martínez.

La idea, importada desde Berlín, pretende imprimir un sello propio a través de medidas como eliminar las etiquetas en los espectáculos o con una iniciativa que ha creado cierta controversia: la de prohibir las fotos y los vídeos en algunos espectáculos para generar una atmósfera de «liberación» que, opinaba Sexdick, acabará con los espectadores cohibidos, los cuales rehúsan acercarse al evento por miedo a que les identifiquen en alguna imagen.

«La gente tiene que dejar de pensar que trabajar con el cuerpo es denigrante»; «algunos nos dedicamos a esto porque queremos»; o «no pensamos que la política esté mal porque haya políticos corruptos, igual con esta industria», fueron algunas de las consignas que Bertrand, Sexdick y el resto de los representantes del sector lanzaban ayer para defender esa otra parte de la industria que crece a la sombra de la pornografía mainstream, la que inunda las redes, genera millones y tiene, vaya, un fin más pragmático que artístico. «Pero esto también es un negocio y como tal se desarrolla en un marco capitalista: un director no utiliza actores de raza negra porque dice que se venden menos los vídeos y sí, es que la sociedad es racista», aportaba como contrapunto Keller, girando el foco hacia esa masa anónima al otro lado de la pantalla.