Le han llamado muchas. Raro, fantasmagórico...Incluso una vez le acusaron de haber pactado con el mismísimo diablo. Sin embargo, Christian Boltanski no aparenta ser esa clase de artistas macabros, sino más bien todo lo contrario. Él escucha, ríe y responde. Siempre en este orden y sin dejar nunca de lado una cierta ironía orgullosa, pues tal y como ya aseguró el galo en una entrevista, «mofarse de todo el mundo es una tradición francesa». «Me llegaron a llamar minimalista sentimental, porque ya no saben como describirme. Odio las etiquetas. Son estúpidas», espeta entre carcajadas.

Boltanski, considerado uno de los artistas plásticos más importantes de Francia, se encuentra en Valencia con motivo de la presentación en el IVAM de siete de sus instalaciones más memorables el próximo martes. A pesar que el artista se considera así mismo como pintor, Boltanski hace uso de luces, video, construcciones, fotografías, recortes de periódicos y hasta ropa usada para expresar sus ideas. Al fin y al cabo, un lenguaje «inventado», como asegura el propio artista, para expresar «ideas universales». «A veces el lenguaje es demasiado viejo y pobre para expresar algunas cosas que no son nuevas, pero que necesitan ser enunciadas de manera diferente. Para mí, los materiales son como palabras. Cada cual es libre de interpretarlas a su manera. Me haría incluso feliz si alguien lo viera mi arte divertido», afirma Boltanski.

Al francés le fascinó la idea del olvido y la muerte durante su infancia en el París de los años cincuenta, en plena recuperación de las heridas de la Segunda Guerra Mundial. Ese «trauma» de la pérdida , tal y como lo califica el artista le perseguiría durante toda su vida. De hecho, una de sus instalaciones más célebres, que también se encontrará en el IVAM, es Les tombeaux, formada por siete tumbas anónimas que conmemoran a las víctimas sin reconocimiento, cuyos nombres ha borrado la propia historia. «Me impresiona el hecho de que una persona que sea tan importante para alguien se pueda ir tan deprisa. Somos muy frágiles. Los nombres son tan importantes como las imágenes de las personas», afirma Boltanski, quien asegura que «no intenta dar respuestas sobre nada». «Realmente no me importante en absoluto la gente que cree tener todas las respuestas. Todo el mundo intenta buscar la clave de su existencia, pues la propia búsqueda es la que da sentido a nuestra vida. Como ves, no soy creyente», añade el artista que después vuelve a la carga: «No creo ningún Dios, y menos en la resurrección», reafirma Boltanski incidiendo en la idea de la muerte, que es adquirida con especial curiosidad por ciertas culturas, como la japonesa, por la que él siente especial predilección.

«Para mí, Japón es perfecto. La amabilidad de la gente, el respeto que sienten hacia las personas... Allí mis obras son consideradas como un arte muy japonés, pero es sólo porque Japón tiene muchas heridas emocionales que necesita curar», explica el artista, que durante los últimos años ha pasado largas temporadas en el país nipón, donde cuenta con un fundación a través de la cual recolecta el sonido de latidos humanos de voluntarios que se acercan a la sede. Estos ecos vitales Ya cuenta al menos con 3.000 latidos diferentes, que se convierten en ecos de la memoria para aquellos familiares que acuden años después a escuchar el latido de su ser querido cuando se prestó al experimento. «Cuando lo escuchan experimentan un sentimiento de pérdida, y no de reencuentro, como se podría esperar».

A pesar de preservar ese orgullo francés y de admirar a la sociedad japonesa, el artista no se siente de ninguna parte. «Vivo más tiempo en el avión que en mi casa. No me siento de ninguna tierra porque me considero como todas las demás personas. Sólo estoy de paso. Mi única casa es mi arte. Esa es la verdad más certera», concluye.