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Pensar no es sentir

Jordi Savall en Serenates

La nau, 5 de julio

Jordi Savall (viola da gamba). Obras de Sainte-Colombe padre, Marais, Hume, Sainte-Colombe hijo y Machy.

La electricidad produce un efecto tan letal combinada con la música como con el agua. Si tocar una viola da gamba construida por Barak Norman en Londres el año 1697 y afinarla con un diapasón a pilas ya se antoja chocante, ampliar electrónicamente su sonido incurre en contradicción insoportable. Son los discos los que deben parecerse a la realidad, no a la inversa.

A tres metros de uno de los dos altavoces activados a última hora en el Claustre de la Nau, el instrumento tañido por Jordi Savall sonaba a grabación mono de color sonoro, cuando no saturado, sí irisado, esto es, impredecible, incoherentemente cambiante según las alturas. Bajo el pórtico del fondo, la reverberación engullía lo ganado en uniformidad tímbrica al tiempo que emborronaba la articulación. Ésta se clarificaba en medio del recinto; ahora bien, sobre un espectro acústico completamente plano, como sucedía con los primeros CDs. Quienes lo siguieron vía streaming en el Jardín Botánico sabían al menos a lo que iban; los que acudimos a La Nau nos encontramos por sorpresa con que teníamos que adivinar lo que podría, y debería, haber sido un recital formidable.

Formidable por el programa y por su ejecución. El violagambista catalán domina con magisterio de primer orden muchos otros territorios del repertorio antiguo, barroco, clásico y aun romántico, pero es al característicamente definido por Marin Marais, los Sainte-Colombe y compañía al que debe su fama mundial, y sin duda uno de los pocos, si no el único, al que debe de volver cada vez con la sensación de regreso a refugio seguro.

Limitada la capacidad de juicio a los parámetros de apreciación sostenible con un mínimo de fundamento en las circunstancias descritas, la vista más que el oído hizo pensar en la justeza de los tempi, el buen gusto en la administración del rubato y la precisión técnica en la ejecución de martellati y demás adornos. Pero pensar no es sentir; es más: la adulteración de lo que se debiera sentir no puede desembocar sino en un pensamiento falso. Y esto precisamente es lo que se pretendía evitar. ¿O no?

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