«¡Shhhhhhhh!». Esa es la peculiar seña que hace que cualquiera se dé cuenta que ha entrado en el cine. Tanto niños como adultos hacen caso a este gesto, que tiene más de moderno que de respetuoso, pues poco o nada tienen que ver los cines actuales con los de antaño, donde gritar, discutir o charlar era algo común. Unas costumbres que convertían este enclave cultural en un espacio público donde la vida discurría de manera natural.

Es el ambiente que enamoró a Severiano Iglesias, un antiguo policía retirado que hace algunos años decidió emprender una investigación sobre las salas de cine de Valencia, para publicar Cines olvidados, un libro donde recoge la historia de 95 antiguos cine de localidades de l´Horta, Valencia y sus pedanías. «Me he pasado más de un año recopilando información de la Biblioteca Nacional para investigar, ya que siempre he sentido mucho por el cine», afirma este aficionado. A través de estas salas, Iglesias trata de retratar cómo era el fenómeno cinematográfico de la época y qué fue de algunos de los cines más emblemáticos.

Es el caso del Salón de Novedades, inaugurado en 1898 en la calle de las Barcas de Valencia, que fue el primero en ofrecer cine y variedades en la época, como también el Teatro Principal, que en 1905 alternó el cinematógrafo de los hermanos Lumière con la ópera italiana; o el Cinematógrafo de La Paz, situado en un bajo del edificio Bolinches, que fue el primer cine fijo de la ciudad. Su inauguración en 1905, junto a la de las dos salas anteriores, marcaron un antes y un después en la manera de ver cine en Valencia, ya que hasta el momento únicamente se proyectaba cine en los barracones de las ferias ambulantes.

Todos ellos convivieron saludablemente a pesar de estar a pocos metros entre sí, como también ocurrió con el Cine Sorolla, ubicado en la Calle Pérez Pujol y donde ahora se encuentra una sucursal bancaria. «Es esa época el cine parecía no enganchar demasiado al público, ya que las películas eran de cinco minutos. Pero ya en los años 20, cuando se profundizó más en el argumento, hubo una auténtica revolución», explica el autor, quien señala dos de los elementos que obligaron al cierre de muchas salas: el hambre durante la posguerra y la invención del VHS . «A partir de 1987, a los teatros ya no les interesaba dar más cine. Con las cintas de video, la gente ya podía tener el la sala en su propia casa y se perdió parte de la magia», explica.

El cine, un movimiento social

La gran mayoría de las salas de las pedanías de Valencia estuvieron marcadas por la precariedad y por una especial presencia de la religión, que marcaba el ritmo de vida de los vecinos. «Una parte de la iglesia vio el gran potencial del cine y lo aprovechó, ya que intentaron educar e influenciar a las comunidades mediante el cine. A medida que fue aumentando su popularidad, los vecinos fueron reclamando salas en sus localidades, hasta el punto en que se convirtió en todo un movimiento vecinal», explica Iglesias, en alusión a algunas salas que fueron construidas por los propios vecinos, como es el caso de los cines de Borbotó, Massarojos, Bonrepòs i Mirambell. En el caso de este último, fue idea de un grupo de jóvenes con inquietudes culturales que organizaron diversas actividades para recaudar fondos, como funciones de teatro en «Cal Xato» o conciertos. Cinco años les costó a los vecinos el total acondicionamiento de la sala,que finalmente quedó inaugurada en 1964.

En año siguiente se registró la mayor cifra de creación de cines de la historia, ya que se construyeron más de 7.000 en toda España (70 en el caso de Valencia). Sólo un año después este índice comenzó su descenso con la llegada de la televisión a los hogares valencianos.