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Crítica musical

Conocimiento y placer

Obras de Crusell, Jylhä, Fançaix my Chopin.

Teatro Capitolio de Godella

Harri Maki (clarinete), Carles Marín (piano), Trío Zilliacus-Persson-Raitinen, Lelia Iancovici (violín), Zoltan Dosa (contrabajo).

Conocimiento y placer, no necesariamente en ese orden, resumen las expectativas con que al menos algunos acudimos a cualquier manifestación artística en general, musical en concreto. Como en ambos respectos el beneficio fue considerable, la penúltima convocatoria del Festival Internacional Residències de Música de Cambra de Godella en su octava edición no cabe calificarla sino de gran éxito.

Con el trío de cuerdas formado por Cecilia Zilliacus al violín, Johanna Persson a la viola y Kati Raitinen al violonchelo como base permanente de espléndida solidez, abrió programa el Cuarteto con clarinete op. 2, nº 1, compuesto en la primera década del siglo XIX por el sueco Bernhard Crusell (1775-1838). Es obra en todas y cada una de cuyas notas se siente la influencia de Mozart, pero por ello mismo de fuerte e inmediato impacto que la asombrosa belleza tímbrica extraída por el virtuoso finlandés Harri Mäki (n. 1963) a la madera de boj de su instrumento (construido en Bamberg por Schwenk & Seggelke) no hizo sino reforzar. La violinista Lelia Iancovici se incorporó al grupo para, a modo de propina anticipada, ofrecer el delicado vals triste dedicado por el violinista popular finlandés Konsta Jylhä (1910-1984) a la memoria de su caballo Hurnuri.

Ahora con Mäki y Iancovici en el patio de butacas, cerró la primera parte el neoclásico Trío en do mayor de Jean Françaix (1912-1997) en interpretación que hizo plena justicia a los numerosos destellos de chispeante ingenio o sutil sensibilidad contenidos en sus cuatro breves movimientos.

Ocupó la segunda parte el Concierto nº 1 de Chopin en su versión original para piano y quinteto de cuerdas, que mejora la definitiva en la medida en que las intervenciones del acompañamiento se descubren, no intrascendentes o intrusivas, sino sustantivas y oportunas. Por el equilibrio que supo encontrar con éstas además de como solista elocuente brilló Carles Marín (Valencia, 1978), que de regalo añadió las Étincelles de Moszkowski.

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