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Él hubiera preferido hacerlo con traje de luces, después de una gran faena y con dos trofeos arrebatados a un Miura en las manos. Pero el caso es que Francisco Cano «Canito» (Alicante, 1912) dará hoy la vuelta al ruedo de la plaza de toros de Valencia a hombros de sus familiares y amigos. Un homenaje de despedida a esta gran figura de la fotografía taurina, que falleció ayer a los 103 años.

Alicantino del barrio de la Goteta, Canito, antes de ser incinerado, recorrerá el coso valenciano y lo hará después de un gran triunfo, el de siete décadas dedicadas a la fotografía taurina, a las faenas de sus amigos toreros, y también a los personajes famosos que se sentaron en las gradas de las plazas.

Dos millones de imágenes deja como legado este hombre menudo y risueño, que fue galardonado en 2014 con el Premio Nacional de Tauromaquia, amigo de sus amigos, que consiguió ocupar el trono entre los fotógrafos de su época y colarse en los círculos de figuras tan famosas como Ernest Hemingway -Ernesto, para Canito-, Ava Gardner, Sofía, Loren, Orson Welles, Bing Crosby, Charlton Heston o la emperatriz Soraya. «A mí me decían: Canito, ¿sabes por qué te quiere todo el mundo? Porque siempre has sido sordo, mudo y ciego», aseguraba el fotógrafo.

Explicar cómo un joven que daba clases de natación en uno de los balnearios de Alicante que regentaba su padre -había sido novillero en su juventud-, que quiso ser primero boxeador y luego torero, mientras trabajaba de ayudante de laboratorio en una fábrica de cosméticos, llegó a la fotografía es tan de película como la figuras de Hollywood de las que se rodeó. Con 17 años se codeaba con los campeones de boxeo de Levante que iban al balneario a cargar energía. Se preparó durante un año para un campeonato en Barcelona, pero su padre le hizo desistir. Así que empezó de becerrista y pisó los ruedos hasta el año 43. Toreó para el Partido Comunista, para la Federación Anarquista Ibérica aunque él reconoce que no era buen torero. De hecho, no eran ni una ni dos las cicatrices que lucía en su cuerpo. «Yo era muy mal torero porque me cogían siempre lo toros. Se lo dije a Manolete y me contestó que no era malo sino que me cogían porque me quedaba quieto».

Durante la guerra civil marchó a Madrid y vivió casi encerrado durante tres años en la buhardilla de su amigo Gonzalo Guerra Banderas. Ese episodio tan oscuro, se convirtió en realidad en un acontecimiento afortunado porque allí fue donde entró en contacto con las cámaras de fotos, ya que su amigo era muy aficionado a la fotografía. Ahí empezó todo. Su primera máquina fue una Brownie de Kodak «que me costó 21 pesetas», recordaba Canito en una entrevista en este periódico. Después llegaron dos centenares más. Las últimas una Canon a la que había quitado la última N para que quedara su nombre y una Nikon.

Entre medias, se jactaba de ser el inventor del zoom, ya que tuvo la feliz idea de colocar en su Leica un tubo, a modo de objetivo, y se lamentaba de no haberlo patentado, «aunque la gente se reía de aquel aparato». Pero no fue ese «invento» lo que le abrió las puertas de la gloria. El 28 de agosto de 1947, Luis Miguel Dominguín, al que ya le unía una gran amistad, «arrastró» a Cano hasta la plaza de Linares con la promesa de que le iba a pagar unas fotos que le debía. Toreaba Manolete, su gran amigo. Y allí vio como un toro acababa con su vida, convertido en el único fotógrafo que captó la cogida y después el cuerpo del torero amortajado en el hospital. Un reportaje por el que llegaron a ofrecerle un millón de pesetas, que él rechazó.

A partir de ahí, su fama se multiplicó y sus fotos dieron la vuelta al mundo. Una desgracia que nunca olvidaría y que le dejó marcado para siempre, pero que le abrió las puertas de la gloria. «Yo le quería mucho. Creo que lloré mucho menos la muerte de mi padre que la suya».

Empezaron los encargos de los mejores: Domingo Ortega, Pepe Luis Vázquez, Antonio Ordóñez... porque tenía la habilidad de disparar en el momento justo, algo que le venía de su faceta como torero. Y también sus relaciones con el mundo de los famosos a los que estampó con su cámara en blanco y negro, incluido Franco. «Aunque no he ganado mucho dinero he vivido muy bien, como un rico. Le hacía caso a Luis Miguel Dominguín. Tú con los ricos, me decía». Y es que lo que vivió no se paga con dinero. Con Ernest Hemingway compartió sanfermines, borracheras y confidencias. «Me emborraché con él en Pamplona y parábamos el tráfico. Era un juerguista», afirmaba. Y otro de sus fetiches fue Ava Gardner, «la mujer más guapa del mundo», decía, aunque asegura que nunca tuvieron ninguna relación, pero con la que se ponía «morado» de anís y coñac en el callejón de las plazas. «Muchos me han excomulgado por decir que la Virgen y Ava Gardner eran las más guapas del mundo. Yo les respondía: "Pues mira, para ti la Virgen y para mí, Ava Gardner"».

Setenta años de carrera han dado para mucho, para reconocimientos y homenajes, para celebrar cumpleaños. Y también para un libro, Mitos de Cano, editado en 2009. Su figura recibió homenajes en Madrid, Pamplona, Bilbao e incluso fue galardonado con el primer premio internacional de la Asociación Nacional de Clubes Taurinos de Estados Unidos. En 2013 recibió en la plaza de toros de Alicante una placa del ayuntamiento en reconocimiento a su carrera y en 2013 festejó sus 102 años con la Peña Taurina Pacorro en su ciudad natal.

Francisco Cano «Canito» dará hoy su vuelta al ruedo. Con su particular gorra de visera en la que escribió su nombre con rotulador, con sus 103 años de vida y experiencias. Pero hoy será otro el que haga las fotos.