Vicente Ferrer, desde arriba, obró el milagro. Así se llama el pinchadiscos que, encaramado a lo alto del escenario con una camisa blanca y gafas de sol, abrió ayer el festival de música electrónica Marenostrum después de su cancelación en Alboraia hace tres semanas con 17.500 entradas vendidas y su posterior reubicación in extremis en la Marina Real de Valencia. Con los poderes públicos mediando para una solución, las asociaciones de consumidores denunciando el caso y la Fiscalía abriendo diligencias, la fiesta finalmente comenzó.

Apenas doscientos jóvenes soportaban los 31 grados sin sombra y con asfalto recalentado bajo los pies cuando el festival empezó a las siete de la tarde para acabar mañana sábado. Como un goteo se iban incorporando los que preferían hacer botellón a la vera de los tinglados del puerto. También se sumaban quienes se atrevían, poco a poco, a salir de los pequeños espacios de sombra y acercarse a los atronadores altavoces del escenario.

Una de ellas es Alejandra Llorens. Tiene 16 años, como muchos de los asistentes al certamen. Sí, ha venido y se lo pasará bien. Pero cuenta que a ella no la engañan. «Creo que Marenostrum se ha hecho al final para no tener que devolver el dinero de las entradas». Lo dice porque el festival, en su opinión, no es lo que iba a ser. A su lado asiente Miguel Ángel Sánchez. Él entiende de música electrónica. Y explica que no se ha confirmado la presencia de los dj's que estaban en cabeza de cartel: Don Diablo, Alesso, KSHMR, Oliver Heldens o Headhunterz. «Esperábamos mejores artistas. Y si no los traen es porque no quieren gastarse el dinero, porque con un avión se trae a quien esté libre», señala. Critica, además, que les han quitado cuatro horas de festival con los nuevos horarios en esta ubicación.

Todos conocen a gente que se ha perdido el festival, con la entrada ya comprada, por el cambio de fechas. Eso ha tenido efectos secundarios. Luis Dolz denuncia que la entrada que a él le costó 55 euros se vendía por 16 en internet para quitársela de encima.

Carlos Tomás es pragmático. No es lo ideal: ni el cartel ni el lugar. «Pero por lo menos no estamos en casa», exclama. Jéssica y David lamentan que no haya transporte público nocturno. Ellos se volverán a casa en taxi o con los padres.

Por el cielo pasan gaviotas. Por el suelo desfila mucho acné, pantalones cortísimos, sonrisas, ganas de fiesta y caras aliviadas de los organizadores. Vicente Ferrer, el laico, sube el volumen y proclama: «Ha sido muy duro pero lo hemos conseguido. ¡Gracias, Valencia!».