En una de sus apariciones televisivas, durante un programa de Buenafuente, Antonio Díaz (Badia del Vallès, 1986) se presentó con música de Coldplay, realizó un discurso épico sobre el oficio del mago, se teletransportó a Nueva York y utilizó el localizador de un teléfono móvil para verificar que su ilusión era, disculpen el oxímoron, real.

En cinco minutos conjugó entonces todos los elementos que lo definen como un mago pop, rasgo que se ha convertido en su nombre artístico: puesta en escena propia de un concierto, ilusionismo de gran formato y objetos que nada tienen que ver con las palomas, los pañuelos y las chisteras. «Desafortunadamente en la magia han pervivido los clichés de la brillantina, las palomas y los conejos, de los espectáculos en fiestas; pero un mago también puede ser una estrella de rock», cuenta Díaz a Levante-EMV tras un ensayo.

La semana que viene, el mago de nueva hornada más conocido del panorama español gracias a efectos poco convencionales y a su programa en Discovery Max, levantará el telón del Olympia con La gran ilusión, espectáculo de magia que parte de la premisa de El show de Truman: un joven que cree ser un gran ilusionista hasta que descubre que vive dentro de un programa de televisión y es él la víctima del gran engaño. Cuatro semanas, desde el próximo 21 de septiembre, se quedará instalado en el teatro valenciano.

«Pasé muchas horas con cartas y haciendo obra de pequeño formato», recuerda Díaz, quien también quiso ser actor. Quizás esa doble vocación le hace defender su oficio como una más de las artes escénicas. «Y con un futuro arrollador, como el de los grandes musicales de Broadway», insiste el ilusionista, desmontando el mecanismo de la lógica: a medida que avanza la historia de la magia, el público desentraña más secretos, luego se hace más escéptico. «¡Pero hay trucos que no se han descubierto en 400 años!», exclama el mago, consciente de que a figuras como él le siguen la pista todo tipo de desenmascaradores, ahora con el poder de difusión de Youtube. «Pero muchos de esos tutoriales no van muy encaminados; aunque es enriquecedor, te obliga a ponerte las pilas. Antes un mago podía estirar cuatro o cinco trucos durante treinta años», reflexiona el mago.

„¿Y entre ustedes hay disputas por los trucos? ¿Se roban secretos?

„Normalmente hay mucha ética entre magos. Si uno crea un truco se le respeta„ explica Díaz, demoliendo uno de los grandes argumentos del cine sobre magos.

Un sueño infantil: volar

En otra analogía postmoderna, Díaz compara la magia con Pixar: «Aquí vienen los padres para que disfruten los hijos y acaban asombrados ellos mismos», comenta divertido. Es lógico que, atendiendo a su concepción del oficio como algo «a lo grande», su referente sea David Copperfield, «el mayor ilusionista de la historia», en palabras del propio Díaz: «Ha vendido más entradas que Michael Jackson o Madonna, es el artista vivo que más ha vendido», enfatiza el ilusionista.

Siguiendo los pasos de su ídolo y, lo que es más urgente, una fantasía infantil, Díaz trabaja en un nuevo truco, del que no se puede explicar su engranaje pero sí lo que verá el público: «Si me hubieran concedido un superpoder hubiera elegido volar», cuenta, «así que estoy trabajando en un par de ilusiones que permitan ver volar como nunca se ha visto». Mientras lo consigue se le podrá ver haciendo magia con los pies en el suelo, esta vez en la sala de la calle San Vicente.