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Crítica musical

Con cierto salero

Obras de Mozart, Chapí, Luna, Giménez, Penella, Turina y Falla Orquesta de valencia (Palau de la Música)

Obras de Mozart, Chapí, Luna, Giménez, Penella, Turina y Falla

Orquesta de valencia (Palau de la Música)

De Roberto Gracía. Solistas: Rita Marques (soprano), Nozomi Kato (mezzosoprano). Directora: Virginia Martínez.

Escuchar a una japonesa cantar con garbo y hasta con cierto salero la celebérrima canción «De España vengo», de la zarzuela El niño judío de Pablo Luna tiene su miga y, desde luego, su arte. Así lo hizo la mezzosoprano nipona Nozomi Kato en su actuación junto a la Orquesta de Valencia y la directora murciana Virginia Martínez (Molina de Segura, 1979), en un concierto de carácter popular en el que también actuó la soprano portuguesa Rita Marques. Ambas cantantes, procedentes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo del vecino Palau de les Arts, encandilaron a ese público agradecido y ajeno a los abonos que gusta canturrear la zarzuela por lo bajini y aplaudir cuando no toca. Molesto, sí, pero alentador. Junto a la mezzo nipona „que además cantó con mozartiano estilo el aria Smanie implacabili que interpreta Dorabella en la segunda escena del primer acto de Così fan tutte „la lusitana Rita Marques lució voz y agilidades en la conocida aria «Der Hölle Rache» de La flauta mágica, y adoleció de chispa y espontaneidad en la canción «Me llaman la primorosa», de la zarzuela El barbero de Sevilla, de Jerónimo Giménez. Una y otra cantaron juntas la habanera de Don Gil de Alcalá, del valenciano Manuel Penella, y, ya fuera de programa, regalaron la barcarola de Los cuentos de Hoffmann, de Jacques Offenbach, en la que „como siempre„ también brilló la arpista Luisa Domingo.

Fue una velada de triunfos. Popular pero con su enjundia, como no puede ser de otra forma cuando en el programa figuran dos obrones como la pintoresquista Sinfonía sevillana de Joaquín Turina o el genial ballet El sombrero de tres picos de Manuel de Falla, del que Virginia Martínez y los profesores de la OV ofrecieron versiones disímiles. En la emborronada y poco sutil lectura de la Sinfonía sevillana (ya desde el delicado inicio se echó en falta un mayor mimo y precisión en las texturas sonoras) apenas destacaron las sobresalientes intervenciones solistas de la concertino Anabel García del Castillo, y el sentido canto de la hermosísima petenera que entona el corno inglés en el movimiento central. Más quilates presentó la lectura de El sombrero de tres picos, mejor planteada y bastante más enraizada en su origen popular. Virginia Martínez llevó las dinámicas y los fraseos con tacto, medido entusiasmo y buen pulso, dentro siempre de unos planteamientos contenidos que eludían cualquier retórica de bajo calado. Fue una versión que, sin ser genial, permitió disfrutar y hasta por momentos emocionarse con la obra maestra. Contribuyó a ello la buena prestación de la OV, que toca esta obra clave y comprometida del repertorio español y universal casi con los ojos cerrados. Excepcional como siempre la trompa solista, María Rubio, en la genial Farruca.

Pero el concierto tuvo en su parte sinfónica dos momentos estelares: uno negro y otro de reluciente oro. Ambos se produjeron en la misma obra: el famosísimo preludio de La revoltosa, del villenense Ruperto Chapí. El oro lo protagonizaron las violas en su entrada con el famoso tema Mari Pepa de mi vida («compás 83, Andantino, una pe, marcado», que detallaría mi ausente e insustituible antecesor Alfredo Brotons), con un empaste, unicidad y afinación ciertamente magistrales, en un fraseo mágico que contó con la implicación igualmente excepcional de oboe y clarinete y el cuidado fondo en pianísimo de los violines. El momento negro lo protagonizaron trompetas y trombones en los seis compases iniciales en solitario, desafinados, fallones y estridentes.

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