­Hacer una semblanza de Ignacio Carrión resulta sencillo en cuanto a sus rasgos profesionales y a los personales más externos. Una carrera brillante como periodista y escritor. El porte siempre elegante de un dandy valenciano, que igual podía haber nacido por azar en San Sebastián „como así fue„, o en Oxford.

Imagen de un triunfador que escondía una personalidad compleja. Algo que no voy a descubrir de manera impúdica, pues él mismo la revela en sus Diarios. Miles de páginas manuscritas y editadas en cuatro volúmenes, inevitablemente resumidos, por tres editoriales. Estos testimonios, redactados durante décadas, en principio sin ánimo de publicarlas, nos ofrecen otra dimensión de su carácter. Y un retrato implacable de personajes muy poderosos. No le arredraron las reacciones airadas ni el vacío de reseñas.

Librero en Valencia por amor a la letra escrita en los tiempos de la dictadura, cuando los lectores buscaban las obras prohibidas para sacarlas ocultas entre la ropa, no tardó en incorporarse al mundo de la comunicación. Al tiempo que su biblioteca se enriquecía, pues se las arreglaba para seguir leyendo.

Vivió la última época dorada de la prensa, aquella en la que El País y el Grupo 16 cambiaron la forma de hacer información. Desde el diario ABC pasó a estos nuevos medios. Ejerció como corresponsal en Londres o Washington, enviado especial a zonas de conflicto, entrevistador sin halagos, cronista mordaz y articulista con acerado sentido del humor. Toda la gama del quehacer periodístico, con una calidad que le hizo objeto del deseo por parte de grandes editores. Él tenía claras sus intenciones y fue consecuente con ellas. Tuvo la oportunidad de dirigir algunos medios relevantes. Pero prefirió estar disponible en cualquier circunstancia para tomar un avión y buscar la noticia en su epicentro. Le agobiaban las redacciones.

Como novelista me limitaré a señalar que ganó el Premio Nadal en 1995 con Cruzar el Danubio. Ha escrito varios otros ensayos y narraciones con estilo directo. No le gustaban los fuegos de artificio. El lector interesado podrá localizarlos en cualquier buscador de Internet. En Cruzar el Danubio se entrelazan sus opiniones más críticas sobre el periodismo con episodios apenas velados de su vida íntima, atormentada desde la infancia por un drama familiar.

El amigo con quien he mantenido una relación a través de más de cuarenta años, era generoso, conversador culto y sensible frente a una comida sobria y a unas copas del mejor vino. En sus últimos días, gravemente enfermo, fue capaz de llamarme e interesarse por mis cuitas. Ayer tuve el privilegio de asistir a esa ceremonia en la que el cuerpo se torna ceniza. Ignacio hubiera escrito una crónica divertida sobre la levedad del ser humano. Sobre sí mismo.