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ha muerto un bufón

Todavía recuerdo el modo en que recibí la noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Dario Fo en 1997. No salía de mi asombro (tampoco hoy, con el nuevo y merecido Nobel al poeta Bob Dylan). Pensé que los académicos suecos habrían tomado algunas copas de más para llegar a dar este premio a un hombre de teatro que había caído siempre en la tentación de tratar temas candentes, como las luchas obreras, el terrorismo de Estado, la represión policial, el sexo?

Y ya lo dejó claro El Vaticano de entonces: «después de tantos genios, le han dado el premio a un bufón». A un bufón, pensé, es verdad. Y ese ha sido también el primer pensamiento al recibir la noticia del fallecimiento de Fo a los 90 años. Como decía Lecoq, el bufón, al burlarse de todo, pone al descubierto el misterio de las cosas. Pero, independientemente de ese márquetin que representa toda declaración eclesiástica, lo importante era elucubrar cómo casaba un bufón con la gran palabra Literatura.

La respuesta está en que obra del autor, actor, director, ensayista y también pintor italiano significa la más clara continuación de la tradición de La Commedia dell'Arte, de la comedia escrita pensando en el escenario. Ahí está Misterio Buffo, su obra más redonda, escrita en 1969. Texto que requería la presencia del Fo actor (su mejor literatura), de un Fo vitalista en el que siempre bullía un humor amargo, como pude comprobar en 2007, cuando impartió una conferencia-espectáculo en Tavernes de la Valldigna.

Este hombre orquesta del teatro no ha parado de encender escándalos (y ese es el teatro necesario de cada día). Sin embargo, hay quienes le han considerado un autor menor y maniqueo. Pues no. Más bien hay una marca Fo, alguien que maneja a la perfección los géneros populares para darles un tono rabiosamente político (el vodevil de izquierdas). De protesta. Simple, pero no simplista. Popular, pero no populista.

Con su obra Muerte accidental de un anarquista nos dio pistas para descubrir las cloacas de las democracias modernas. Pero no se quedó ahí la cosa, porque Fo (en tándem continuo con su esposa, la escritora y actriz Franca Rame, fallecida en 2013) ha estado siempre a la altura de las circunstancias, en la invitación a la desobediencia civil (Aquí no paga nadie), a la pareja abierta, a luchar contra la mueca del miedo, o a tener el sexo en paz; y, también, a enseñarnos al Diablo con tetas y al Papa con una bruja.

Todo ello con la palabra hecha carne, cuerpo, gesto, inventiva y carcajada. Adiós, pues, a este símbolo del teatro del siglo XX, del teatro visible (muy diferente al que domina hoy en la escena, donde, casi nunca pasa nada), con todo su misterio bufo, y para nada accidental.

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