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Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio

El mundo aún quiere más Calatrava

«En Valencia encontró a unos políticos que le aplaudieron a rabiar y le cedieron la iniciativa, lo que le permitió colocar las obras que quiso, y acabarlas a su aire»

Santiago Calatrava, en la inauguración del centro de transporte del World Trade Center en Nueva York, el pasado 3 de marzo. EFE/ANDREW GOMBERT

­El éxito de Santiago Calatrava es proporcional a su silencio. Su gran proyección artística, con su consecuente polémica, ha hecho del genio de Benimàmet un personaje hermético. El libro de Llàtzer Moix Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio (Anagrama) es riguroso. Que nadie espere más que una crónica sobre el artista y sus obras por el mundo. Su formación e inicios en Zúrich, luego Barcelona, Sevilla, Bilbao, Tenerife, Berlín, Milwaukee, Malmö, Palma de Mallorca, Atenas, Madrid, Venecia, Oviedo y Nueva York. Y Valencia, como no, con dos capítulos «Sembrar vientos» y «Recoger tempestades».

«Calatrava es muy dado al halago, untuoso a la hora de conquistar nuevos clientes, pero eso no significa que vaya a complacerles después al mismo nivel. "Calatrava suele actuar como el difunto tener Luciano Pavarotti, desplegando en escena todos sus encantos „dice un antiguo colaborador suyo„. Aunque aquí en Valencia no le hizo falta: encontró a unos políticos que enseguida le aplaudieron a rabiar y le cedieron la iniciativa. Eso le permitió colocar las obras que quiso, acabarlas a su aire y sentirse siempre lo suficiente cómodo y poderoso como para anteponer su formalismo a la funcionalidad"», escribe Moix.

El actual subdirector y cerca de veinte años responsable de la información cultural de La Vanguardia afronta la figura de Calatrava sin animadversión. Le atrae un personaje que reune una serie de titulaciones poco frecuentes en la época, y con inquietudes artísticas, arquitectónicas e ingenieriles que las resuelve en el mejor centro de Europa, la Escuela Politécnica Federal (ETH) de Zúrich, la ciudad suiza desde donde sale a conquistar el mundo. Allí conoce a su mujer, Robertina Marangoni Eriksson, que según Moix juega un papel destacado en su despegue vía el suegro, muy influyente en la comunidad judía del cantón. Una historia escrita con guantes, pues el periodista no estaba allí, pero aporta un dato, reconocido por el propio Calatrava, y es que a su primera exposición acudieron las principales fortunas de Zúrich y que todas las obras se vendieron a los pocos minutos de abrirse las puertas.

Aunque Moix lo intentó, no dispone del testimonio de Calatrava, pero por el libro pasan colaboradores y clientes. También algunos políticos que han tenido relación con él, como el expresidente Joan Lerma y el siete veces conseller Rafael Blasco. Pese a los sobrecostes, Calatrava mantiene su cartera de proyectos. Ahora está con el sistema de puentes y túneles submarinos en la bahía de Doha, en Qatar, cuyo presupuesto de salida, 12.000 millones dólares, multiplica por diez las obras de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

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