«Palau de les Arts. Memoria y orgullo». Con este título, la exintendente Helga Schmidt conmemora el décimo aniversario del coliseo valenciano. Un detallado repaso a la gestación, despegue y consolidación del coliseo. Una mirada donde repasa los primeros años de vida del que define como «buque insignia» de la cultura valenciana.

«Ha transcurrido ya una década larga desde aquel hermoso 8 de octubre de 2005». Son las primeras palabras de la carta abierta de Schmidt en el último número de Platea Magazine, la revista especializada en ópera y música clásica, donde recalca su agradecimiento a todas las personas que se implicaron en el proyecto.

En las cuatro páginas del artículo, solo dedica tres lineas a su polémica salida del Palau de les Arts. Pero son las más duras, cuando escribe que todo su trabajo y su sueño «ha sido truncado por la envidia, la columna, la catetería y el provincianismo más cutre de los últimos responsables de la Conselleria de Cultura. De esta manera, Schmidt sigue culpando de su abrupta salida a principios de 2015 a Maria José Catalá, titular de Cultura cuando los agentes de la policía se presentaron en Les Arts y arrestaron a la austriaca y el exgerente, precipitando su destitución en el cargo.

Quitando de este pasaje, Helga Schmidt desmenuza de nuevo que su intención desde el principio fue que «la idea de excelencia» era clave para hacerse hueco en el mundo operístico. Un objetivo, que en su opinión, se consiguió pues «miles de melómanos» viajaron a Valencia para conocer la «nueva maravilla» que estaba gestándose.

La exintendente asegura que para conseguir un «centro de arte de primer orden» contó con la complicidad del presidente Eduardo Zaplana, y el entonces conseller de Cultura, Francisco Camps. Argumenta que no hubiera sido posible convertir al Palau de Les Arts en un referente internacional desde «la nada», sin la colaboración de «unas instituciones públicas entonces decididas a sostener financieramente el ambicioso proyecto».

Mehta y Maazel

Dedica la mayor parte de su texto a ensalzar el equipo artístico que dirigió, citando expresamente que «jamás antes un teatro había tenido simultáneamente en su nómina titular dos maestros del calibre de Mehta y Maazel». Por eso considera «inolvidable» la despedida de Zubin Mehta, en junio de 2014, cuando tras dirigir Turandot, el público, orquesta, coro y cantantes le brindaron la «más grandiosa y larga ovación imaginable» para que el maestro siguiera vinculado al coliseo. «Fue uno de los momentos más hermosos y emocionantes que he vivido en mi larga vida en el teatro», resalta.

Además de Mehta y Maazel, nombra a Santiago Calatrava „al que elogia por el diseño de su «majestuoso edificio»„, y a Plácido Domingo ««por la presencia permanente y generosa»„; pero recuerda a todos los cantantes que debutaron y pasaron por el escenario. Una combinación «de veteranía vocal y de nuevos y prometedores cantantes han dinamizado los repartos, con un doble valor de calidad y novedad».

Una loa a estos primeros diez años donde Schmidt ha sido la principal protagonista, una gestión que reivindica con datos contrastados, pero que al mismo tiempo deja claro que el futuro de Las Arts está garantizado. «El sueño se hizo realidad y queda „estoy segura de ello„ imborrable en la memoria del melómano y de la cultura valenciana», concluye así un artículo que ha roto, de momento, su silencio.

El «empeño personal en la sala Martín i Soler

Helga Schmidt recuerda que bajo su mandato se vinculó a miles de «estudiantes de toda la Comunitat Valenciana que participaron en el sinnúmero de actividades expresamente programas y diseñadas». Un argumento que le sirve para explicar que pese a la tradición musical valenciana, la programación de ópera era inexistente, salvo algunas honrosas excepciones en el Palau de la Música. Y asegura que fue «un empeño personal» inaugurar la sala Martín i Soler, siguiendo el modelo de la «Piccola Scala de Milán», tras convencer para su construcción al propio Santiago Calatrava y al entonces presidente Francisco Camps.