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Empatía y simpatía

Palau de la Música de Valencia. Int. Orquestra de Valencia, James Gaffigan, director y Michail Lifits, piano. Obras: de Bernstein y Rachmaninoff.

Lleno absoluto de la Sala Iturbi y éxito total del director norteamericano James Gaffigan (Nueva York, 1979), un maestro temperado, preciso y de gestualidad clara. No de otra manera podría haber obtenido tan óptimo resultado en una obra tan compleja como la Sinfonía nº 2 de Bernstein. No es ésta la primera vez que se interpretaba en el Palau (Galduf la programó en 1988 con Soriano como solista). Bernstein (sí, el creador de West Side Story o de Un dia en Nueva York) había leído el grandioso poema de W.H. Auden, The age of anxiety. Impresionado, pensó en plasmar aquel retablo de tres hombres y una mujer en un bar con partiendo del famoso cuadro de Edward Hopper, Nighthawks (1942). Se trata de una obra extraordinariamente trabajada, en la que el autor ofrece al piano solista un rol concertante en los diferentes movimientos. El dúo de clarinetes -magistrales- que inicia el Prologo fue suficiente para establecer la atmosfera casi ecuménica de la sinfonía. El pianista Michail Liftis (Uzbekistan ,1982) fue ganando en aplomo ofreciendo un sonido híper delicado que coloreó magistralmente en la primera parte. Pero la tensión llegó al mejor climax con The Masque, un sensacional scherzo-jazz en el cual el piano solista es perseguido literalmente por los ritmos sincopados de la celesta, el arpa, la percusión y el contrabajo (¡el que más disfrutó y con razón!) ofreciendo, sin duda, el gran momento de la obra.

Las Danzas sinfónicas op.45 fueron las últimas páginas orquestales de Rachmaninoff originalmente tituladas Mediodía/Non allegro, Crepusculo/Vals y Medianoche/Allegro. En el primer movimiento, de carácter marcial, ofrece al saxofón un momento de excelente relieve gracias a la cuidada sonoridad que Gaffigan supo obtener de las cuerdas de la OV. El Vals, (inspiradas las cuerdas de la OV) mas parisino que vienés, fui bailado tanto por el maestro en el podio como por algún otro músico, imprimiendo el carácter requerido. En el Allegro final, Rachmaninoff introduce el tema del Dies Irae que explosiona con protagonismo de trompetas y timbales, aprovechado al máximo por la orquesta rendida a la sobrada empatía del maestro neoyorquino.

James Gaffigan, musicalmente generoso, tambien lo demostró con inusual simpatía, recorriendo el escenario para hacer saludar a los solistas.

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