Óscar Torrijos atiende el teléfono mientras espera a un invitado que al que piensa prepararle pato en dos cocciones, «al estilo clásico y europeo». «En mi casa siempre cocino yo», sella, dejando escapar una risa orgullosa, de protocolo.

Torrijos, quien durante años fue la única estrella Michelin en Valencia, se queja de que a los jubilados como él se les utiliza poco. «Doy algunas charlas en el CdT (Centro de Turismo) pero antes siempre tenía que decir ´no puedo, no puedo´, y ahora, que tengo todo el tiempo del mundo, no me llaman». Por eso, «mientras haya alguien que ponga el dinero para editar», se dedica a volcar todo su memoria gastronómica en libros como el que presentó ayer en La Nau: El Arroz, un plato universal (La Rosella).

El título es grandilocuente y Torrijos, pese a dejar atrás las vanidades de la carrera profesional, tampoco oculta que la intención es marcar la raya: «Hay unas cien recetas y la verdad es que la mayoría de libros que he visto sobre el tema son muy clásicos. Este va un poco más allá». Valenciano de adopción, él se alinea con los ortodoxos de la paella porque «hay muchos destructores de la paella, por desconocimiento».

La cocina mediática

Su restaurante con estrella acabó cerrando en una de esas oleadas de la crisis que también se llevó Ca´ Sento. Cuando bajó la persiana, el local ya lo manejaba su hija. Por otro lado, desde que él y otros pusieron a la ciudad en el firmamento, han ido encadenándose generaciones de cocineros con proyección estatal e internacional. De la nueva cocina, Torrijos opina que se ha ganado en creatividad pero se ha perdido «en la calidad del producto». También ha cambiado la repercusión de los cocineros. «Cuando yo era joven, en Francia me decían que allí un cocinero vendía tanto como un buen actor y estaban muy apoyados por la agricultura», comenta el chef, quien recuerda que él mismo fue tentado por Marks and Spencer. «Me decían que tenía que promocionar sus productos pero yo antes tenía que probarlos».

Torrijos permaneció tras los fogones hasta hace bien poco, cuidando su estrella Michelin: «Con una estrella se está muy bien, sin presión. Pasas casi desapercibdo y te reconocen el trabajo. Tres me recomendaron que no tuviera, que sería un agobio».