El proyecto Fragments, que alcanzó uno de sus momentos álgidos cuando fue censurado por retratar el poder, ha volteado la cámara en un giro introspectivo que pretende ser una especie de año cero, el inicio de una etapa que se descuelga de actualidad para escarbar con más ahínco en la realidad. Algo así vino a explicar el presidente de la Unió de Periodistes, progenitora de Fragments, Sergi Pitarch. El comisario de la exposición, Pablo Brezo, lo explicaba de otra manera: «En ocasiones se han hecho las exposiciones pensando en los fotógrafos y se trata de pensar en la gente».

Mitología del periodismo gráfico „visitable hasta el 29 de enero en el Centre del Carme„ es una muestra que analiza la función del fotoperiodista, una especie en «peligro de extinción» (queda una veintena en nómina en toda la Comunitat Valenciana) con un oficio ligado al universo de la imagen y sus contradicciones: ahí está la función social de retratar la realidad en tensión con la espectacularidad, la capacidad de representar el mundo y el poder de transformarlo (y deformarlo) en una imagen.

«El fotoperiodismo ha tenido un carácter comercial desde el inicio. Nació con un mercado alrededor», enunciaba el comisario ante las estampas que Napoleón III encargó a Gustave Le Gray sobre las prácticas del ejército francés en un campo de entrenamiento. Esas imágenes, un reclamo del poder que fueron mostradas al público como ilustraciones divulgativas y finalmente se comercializaron como postales, muestran la fragilidad de las fronteras entre la honestidad informativa, el negocio y la publicidad del poder.

En todas esas aristas se recrea una exposición que invita al espectador a ser «escéptico» ante las imágenes que le ofrece la prensa e incluso ante la postura que adopta la propia muestra. «James Nachtwey, reciente Príncipe de Asturias, se ha hecho millonario vendiendo fotografías en libros de 900 euros, que muestran la tragedia de mucha gente. La imagen del fotoperiodista no debería comercializarse como obra gráfica», postulaba Brezo.

La búsqueda de la emoción incluso en escenas rutinarias, la reducción de lo atrozmente complejo a la icónica muerte del niño Aylan o la ética resbaladiza de las fotografías de cadáveres, incluidas la de figuras como Gadafi, Carrero Blanco o Franco, meten el dedo en la llaga del que dispara tras la cámara y de quien elige qué foto se publica. «Hacen que se vendan miles y miles de ejemplares», señalaba el comisario ante la imagen de los suicidas de las Torres Gemelas durante el 11-S. Reproducir una de ellas cuesta 400 euros.

Así es como Fragments ha comenzado a darle la vuelta a su esencia, apuntando a los que hasta ahora eran los protagonistas de las muestras. Decía Pitarch que no importaba tanto si esta muestra tiene más o menos impacto que los Fragments d´un any. Que merecía la pena hacerla.