Un máster puede ser un atleta veterano en Argentina como también un senior en Chile. Puede ser la primera copia grabada en una pista sonora, el título de ciertas competiciones o la reducción del anglicismo game master, sinónimo de director de juego. Si se usa como sustantivo, Master es una banda de death metal de Chicago, que antes se llamó Death Strike.

En el caso de Barreira Arte+Diseño, Centro de Estudios sito en la Gran Vía Fernando el Católico 69 de Valencia, se trata del Máster de Escritura Creativa, que ayer presentaban sus profesores. A la sazón, tres premios nacionales de escritura: Fernando Delgado (Nacional de Narrativa), Juan Arnau (de la Crítica Valenciana) y Carlos Marzal (Nacional de Poesía). Tres estrellas en el firmamento de las letras, ataviadas con «vocación de servicio», en palabras de Arnau, dispuestas «a pertrechar a los alumnos de un buen bagaje de lecturas», según Marzal, por el que navegar en los mares de la escritura. «Para evitar el adanismo», decía, por ejemplo, del escribiente que acompañaba a la tía Julia de Vargas Llosa, o los tópicos sentimentales adolescentes de los aprendices. Una gimnasia para subsanar algo que, en opinión de Delgado, ocurre en la Comunitat Valenciana: «Las música tiene muchos intérpretes pero pocos oyentes. La buena música, digo». «La emoción creativa» es el título del ciclo.

Arnau, que está en todo, daba las coordenadas. Todos los viernes, a partir del 27 de enero, y hasta el 16 de junio, en un periplo que dará para profundizar en la tradición a partir de la sabiduría de unos autores que, entre otras cosas, son colaboradores del suplemento Posdata de Levante-EMV. El lugar de las clases es ese edificio donde antaño se erigió una fábrica de cepillos, hoy recuperada como escuela con visión 3D, y que presenta, en su pared principal, un grafiti de ballena abierta.

Arnau, director del máster, requirió a los ilustres tres títulos que hubieran marcado su trayectoria. Carlos Marzal, quien calificó la escritura, «si no como una variante, sí como una consecuencia y no una causa de la lectura», propuso tres libros: El Quijote, «porque enseña el principio del deleite y a tomarse libertades. La escritura del desmelene verbal y despreocupación respecto a la norma». Y para explicarlo recordaba a Onetti, «que escribía para poder vulnerar el código penal sin que le ocurriera algo». Marzal también apuntaba La teoría de la expresión poética, de Carlos Bousoño. Para dejar de temer «los mamotretos» y no asustarse ante la naturaleza «irracional» de la poesía contemporánea, «esa que permite decir que las águilas son los abismos». Es decir, un alejarse de la lógica. Su tercera propuesta, en el universo de lo breve, sería Georg C. Lichtenberg, ese alemán que dirigió misiones astronómicas además de ser sagaz aforista. Una defensa de lo breve que vinculó con la poesía, la escritura de canciones, de haikus, «incluido también el artículo de periódico», que en opinión de los tres, también es lugar para la alta poesía.

Fernando Delgado narró cómo heredó el gusto por los periódicos, su escuela de lectura, gracias a su abuela, que leía con un sólo ojo y sólo las páginas pares. Y gracias a que tenía familia en Cádiz y en Venezuela él, como isleño, descubrió otras ciudades a través de sus prensas. Anécdota que aportó al agradecer, cuando era un niño de pantalón corto, incipiente poeta, cómo entró en contacto con los periodistas «en aquellas redacciones de borrachos que me enseñaron a beber whisky». Lo decía sin reproche. Si bien, lamentaba la ligereza actual de los textos frente al rigor y el vigor de ataño. Al que es también diputado del PSPV se le hacía difícil elegir títulos, «una selección arbitraria, aunque de obras que me descubrieron otros mundos». La montaña mágica de Mann; Madame Bovary, de Flaubert y Cien años de soledad, de García Márquez. Sin dejar de recordar Tiempos de silencio, de Santos; La familia de Pascual Duarte, de Cela; y La barraca de Blasco Ibáñez. Un buen homenaje, dijo, sería volver a leerla en 2017, que se cumple el 150 aniversario de su nacimiento.

Juan Arnau, que también fue profesor de spanish 276 en Michigan, cerraba las propuestas leyendo y no teorizando. Sus títulos: Los adioses, de Onetti; Nine Stories, de Salinguer; El mono gramático, de Octavio Paz; El idioma analítico, de John Wilkins, que a su vez fue incluido por Foucault en su influyente ensayo Las palabras y las cosas; Juegos, de Cortázar, en el que destacó el cuento La continuidad de los parques o La noche boca arriba y Otras inquisiciones, de Borges. Y al unísono sonóEspacio, de Juan Ramón Jiménez.