El «disfrute» que Sorolla tenía con la realización de cada uno de sus cuadros queda de manifiesto en Sorolla en París, la gran exposición sobre el pintor valenciano que desde ayer acoge el Museo Sorolla, una cita que realza la «mirada fotográfica» con la que obtuvo el reconocimiento internacional.

La luz de la costa valenciana, la transparencia de las aguas de Xàbia, o el movimiento de sus casi siempre figuras alegres o en calma, representadas en 66 obras, se adueñan hasta el 19 de marzo de esta casa taller madrileña donde el visitante podrá disfrutar también de algunas estancias tan importantes como el propio estudio del artista.

Aunque nunca antes este museo se había rodeado de cuadros como los que ahora ocupan sus paredes, ya que por primera vez se presentan reunidos los grandes hitos de la carrera internacional de Sorolla, piezas que fueron seleccionadas por él mismo para ser representadas en certámenes internacionales como el Salón de París, o la Sezession de Múnich (Alemania).

Así, esta coproducción con la Kunsthalle de Múnich y el Musèe des Impressionnismes de Giverny (Francia), propone al visitante recorrer esa parte de la vida de Sorolla (Valencia, 1863- Madrid, 1923) donde París tuvo tanta importancia, una ciudad que cuando durante un mes disfrutó de su obra en la Galería Georges Petit acabó rendida ante el artista que había hecho que «la magia» los «invadiera».

Así lo relata una de las comisarias de esta muestra, Blanca Pons-Sorolla, bisnieta del pintor, quien reconoce que Sorolla en París es también oportunidad para mostrar la «generosidad» de las instituciones y particulares que han cedido 31 de las 66 obras que invita a ver «con los ojos de disfrute de Sorolla».

Tal es el caso del Museo de la Habana, a quien pertenece el cuadro Verano (1905), una de las piezas más representativas del «triunfo de la luz» y que también es una de las dos obras que obtuvieron «una crítica increíble» en la Exposición Universal de París (1900).

«Hay que pintar deprisa porque todo se pierde», le decía Sorolla a sus alumnos, como recuerda la otra comisaria, María López. De ahí ese «toque rápido de pincel» que le proporcionaba la capacidad de hacer cuadros de pequeño formato, algunos de ellos presentes en la muestra, en «10 o 15 minutos». «Tenía una mirada fotográfica y la traslada a los códigos pictóricos», añade.

Posiblemente 1905 es una de las fechas más repetidas en la muestra, ya que durante este año Sorolla preparó su gran exposición monográfica que le dedicó la galería parisina de Georges Petit, que se celebró durante un mes en 1906. Pons-Sorolla destaca de esta época cuadros como El bote blanco, obra de 1905, año en el que conoce a Monet. En Sorolla en París también se pueden contemplar las obras más «cosmopolitas y elegantes» de personajes de la alta sociedad o de paisajes y jardines. También destacan otras más inquietantes como Madre, una escena de su esposa Clotilde con su hija recién nacida María.