A Lucía Carreras (Ciudad de México, 1973) no le gusta dar mensajes con sus películas. Prefiere que sea el público quien los elabore. «El mensaje debe construirlo el espectador », asegura. Así lo dijo ayer, tras la presentación en los Cines Babel de Valencia, de su último trabajo, Tamara y la catarina, una cinta que se mueve «entre lo doloroso y lo conmovedor», como señaló la propia Carreras, quien prefiere no catalogarlo como melodrama por la cercanía que el género le sugiere a las telenovelas latinoamericanas.

Tamara y la catarina es la emotiva historia de Tamara, una mujer con retraso mental que se mueve en la cuarentena y abandonada por su hermano. Ante esta soledad, se lleva un bebé que cree olvidado en un quiosco. En sus vidas se cruza una vendedora ambulante, doña Meche, también abandonada por sus hijos emigrados a EE UU. Las tres „desamparadas y en soledad„ conforman una casi obligada familia, cuyo telón de fondo es la Ciudad de México más despiadada y «víctima del Estado», explicó Carreras.

La intención de la directora con esta producción ha sido mostrar «personajes cotidianos», con historias reales. «Para ´el felices para siempre´ ya tenemos Hollywood», dijo, al tiempo que explicó que esta industria estadounidense «me parece una falta de respeto al espectador porque se lo dan todo masticado».

En cierto modo, Carreras hace también una foto descarnada de su país. «Como artista has de hablar, no hacer una imagen bonita. De ser así, Picasso nunca habría pintado el Gernica», valoró.

Protagonizada por Ángeles Cruz y Angelina Peláez, la película fue una de las grandes triunfadoras del Festival de Cine de Huelva, con los galardones a la mejor dirección y mejor actriz para ambas intérpretes.