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Más Roma que solemne

«Missa Solemnis», de Beethoven

palau de la música (valencia)

Intérpretes: Coro Philarmonia de Londres (director: Stefan Bevier) y Orquesta de Valencia. Solistas: Simona Saturová (soprano), Elisabeth Kulman (mezzosoprano), Sung Min Song (tenor), Daniel Kotlinski (barítono), Anabel García del Castillo (violín). Dirección musical: Yaron Traub.

Programar y escuchar la Missa Solemnis de Beethoven supone siempre un acontecimiento en el día a día de cualquier sala de conciertos o melómano. Tales son las exigencias técnicas y artísticas de la monumental creación sinfónico-coral escrita entre 1820 y 1823 y no escuchada hasta el 18 de abril de 1824, en la remota San Petersburgo. En esta ocasión han sido el Palau de la Música y su Orquesta de Valencia los que, bajo la dirección de Yaron Traub (Tel Aviv, 1964), se han adentrado en la inmensa y comprometida aventura de abordar la compleja partitura. Han contado para ello con la muy desigual colaboración de un muy desajustado cuarteto vocal solista y de un esplendoroso Coro Philharmonia de Londres que marcó los puntos más excelsos de la noche.

Es precisamente el componente coral el más esencial de la obra. Y de ahí la notable versión escuchada, protagonizada por las 110 voces del célebre coro londinense, que preparado por su director el gran Stefan Bevier „error de bulto omitir su nombre en el programa de mano„ fue, con diferencia, lo mejor del concierto. Todas sus intervenciones se movieron en la excelencia. Desde el brillante Kyrie y Gloria iniciales al interiorizado y afinadísimo Agnus Dei que cierra la gran misa beethoveniana, o al ardoroso Credo in unum Deum, el coro británico elevó el nivel cualitativo y artístico a sus más elevadas cotas.

Frente a tan ingente y excelente masa sonora, ante tal derroche y cúmulo de sutilezas y perfecciones, la Orquesta de Valencia no pudo alcanzar ni calibrar adecuadamente su coprotagonismo. Tampoco Yaron Traub alcanzó las alturas expresivas y estéticas que brindaba el coro. Fue la suya una visión más roma que solemne, más epidérmica que ungida. Faltó interiorización y sobró arrebato. Minuciosa y atenta al detalle, pero sin cuajar un conjunto sobrecogedor. El árbol cercenó la conmovedora grandiosidad del bosque.

También falló el cuarteto solista, a pesar de la presencia en él de tres voces de innegable entidad, muy especialmente la de la reconocida mezzosoprano austriaca Elisabeth Kulman. ¡El mejor Stradivarius no sirve para nada si le falta una de sus cuatro cuerdas! Y el Palau de la Música cometió un nuevo error de bulto al contratar para el cuarteto solista al barítono polaco Daniel Kotlinski, una voz de corto y discreto registro que no es que sea ni buena ni mala, sino simplemente es absolutamente inapropiada para la obra, que requiere un bajo de fuste capaz de defender con intensidad y redondez un número tan sustancial y señalado como el oscuro, dramático y grave Agnus Dei.

Una vez más, la soprano Genia Kühmeier dejó colgado al Palau de la Música en el último momento. Si antes fue en el Réquiem alemán de Brahms, ahora ha sido en esta Missa solemnis cuando la soprano salzburguesa ha tomado las de Villadiego. En su lugar llegó a toda prisa la eslovaca Simona -aturová, que, sin una voz grande ni de proyección considerable, sí salvó con dignidad, estilo y loable profesionalidad su delicado cometido. Completó el descompensado cuarteto solista el surcoreano Sung Min Song, tenor de hermosa voz, que gobierna con inteligencia y agudo sentido expresivo.

Uno de los momentos más ungidos y hermosos de la misa beethoveniana es el Benedictus, con el fundamental y extenso cometido solista del violín, defendido con virtuosismo e interiorizada sensibilidad por la concertino Anabel García del Castillo, cuya participación contribuyó de manera decisiva a la calurosa ovación final con que el público que llenaba el Palau de la Música premió a todos. El aplauso se enfatizaba con merecido clamor cada vez que el ignorado Stefan Bevier hacía levantar a su excepcional coro. ¡Qué coro! ¡Qué misa!

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