En la Capilla estarán Buenaventura, Santo Tomás de Aquino y San Vicente Ferrer como arcángel, los tres rodeando a la Mare de Déu de la Sapiència. En el claustro, el «sufrido» Lluís Vives, de piedra. Matilde Salvador en la sala de un teatro sin hombros en escena. Y en el centro, los actores, a la vista. Estudiantes europeos, autores valencianos, búlgaros o griegos, y un brasileño. Música en homenaje a una canción un recuerdo (entre otros, para el mulato cubano enamorado de La niña de los peines, el poeta Langston Hughes). Pregoneros (para que nadie se pierda) al estilo del Bretch de Las guerras del futuro. Y aparte de una capilla cuya entrada representará el refugio de la plaza del Patriarca, una sacristía como una patera, Mellila y los sin techo, una ecuación para los de matemáticas. 20 actores y 20 secuencias en 3 espacios. Más números (1936-2025) y un título provocador: La Guerra Civil Europea ha empezado. Es la obra de teatro que se presentaba ayer en la Nau y que, con aforo limitado, por espacio y porque pretende «mover» al público, podrá verse en la sede universitaria del 12 al 16 de diciembre. Un espacio singular entre la forma y el contenido con una instalación bisagre de Luis Crespo. Bajo la dirección de Antoni Tordera (Los locos de Valencia, comedia de Lope de Vega), en este experimento teatral se darán cita los tres tiempos verbales (pasado, presente y futuro). La memoria «intangible, triturada entre los valencianos», decía Tordera. La figura de los brigadistas que acudieron a luchar en la España del 36 como metáfora, los brigadistas y los estudiantes Erasmus, «de esa Europa solidaria y con perspectiva internacional», que reclamaba el vicerrector Antonio Ariño y reseñaba el director de EscenaErasmus, Josep Valero. «Brigadistas como los voluntarios que atienden las pateras del Mediterráneo». Según Ariño, «entre la concentración de la riqueza en pocas manos en sociedades democráticas y las lógicas de secesión frente a la movilización internacional que generan las migraciones». Una obra de teatro europeo como un vislumbre de lo que vendrá: esa «indagación sobre el futuro», que decía Tordera, y que, como pronosticó Umberto Eco, permita dibujar «la Europa de las relaciones afectivas». «Y una red de contactos muy creativa», añadía Tordera. El teatro como herramienta para reivindicar «esa otra Europa que no es la de los políticos y los mercados sino «la de las personas y la cultura», señalaba Valero.

Una representación con la que se conmemora el 80 aniversario de Valencia capital de la República. Una propuesta, según Abel Guarinos (CulturArts) «necesaria, brillante y conveniente», que entronca con La armonía del silencio, de Lola Blasco. También con Hamlet y La ratonera; con Antonio de Paco y Alguien silbó y una manada de pájaros echó a volar; con Mankel y su fluido no newtoniano de Arenas movedizas; con Esquilo y Los suplicantes, Marat Sade, los cuentos de Anna Marí o de Danai Delipetrou y su Periplo.

Y por sobre todo, las brigadistas (a las que escribió la austríaca Renée Lugschitz, residente en Benissa). Y los hospitales (el belga de Ontinyent, el sueco-noruego de Alcoi, el de Benicàssim o los hospitales de sangre de Valencia).