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En la prórroga, ¡la música!

Obras de Mozart, Beethoven y Mendelssohn Sociedad Filarmónica de Valencia Palau de la Música (valencia)

Intérpretes: Cecilia String Quartet (Catherine Cosbey y Sarah Nematallah, violines; Caitlin Boyle, viola y Rachel Desoer, cello)

La música de cámara tiene buen predicamento en la programación de la SFV y siempre con calurosa acogida por sus socios, esta vez mucho más numerosos a la cita de los martes. Un nuevo cuarteto de cuerdas, esta vez formado por jóvenes y glamurosas solistas canadienses, de gira por Europa, bajo el patrocinio del Consejo de la Artes de Ontario.

Capacitadas para sus instrumentos con un superior nivel técnico, demostraron, desde el compás de salida, su especial compenetración, con un volumen asombroso, opolenteo, todo desde la más absoluta complicidad.

Sí, son jóvenes, pero impecables en su destreza técnica como suele suceder con los músicos norteamericanos aunque, por momentos, se muestraran implacables con los pentagramas elegidos. En su discurso semántico todo se produce puntualmente: acentos, respiraciones, silencios, impulsos o guiños. Fusionan prácticamente a la perfección y se lanzan sin red con unas versiones fogosas, mas por exceso que por defecto, con una proyección sonora donde destacó la sinuosidad de Cosbey y el oportuno contrapunto de Nematallah, en los violines, la admirable opulencia de Desoer al cello y la gran nobleza de la viola de Boyle.

Pero en algún momento surge la duda. ¿Dónde quedó la emoción? Alejada. Su Mozart KV 421 fue «otro» Mozart, como esas óperas desestructuradas por algún alegre director de escena quien decide desterrar la acción a otro momento histórico o geográfico. Faltó, pues, un halo de sarcasmo salzburgués y mas calidez general para con el texto. Sorprendió que el color y los timbres del Cuarteto nº 3 Op.18/3, de Beethoven, no tuvieran la pertinente diferenciación a pesar de dominar, centelleantes, arco, mástil y cuerdas con oportuna visualidad.

Aprovecharon la brillantez del Cuarteto nº 3, op 44 de Mendelssohn, siempre rozando la excelencia instrumental, para impresionar al auditorio complacido. Quizá la inclusión de otras obras de su repertorio (Janacek, Berg o Weber) hubiera mostrado una vertiente estética diversa, evitando el enrocamiento en páginas archiescuchadas. Pero como suele suceder en los grandes eventos deportivos, al final se obró el milagro: el encanto, la magia y la exquisitez musical aparecieron en los últimos minutos de la noche, rindiéndonos ante una miniatura - hermosísima- de Dvorak. En la prórroga.

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