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Crítica de ópera

La diosa Mariella Borgia

«Lucrezia Borgia»

palau de les arts (valència)

Ópera en un prólogo y dos actos de Gaetano Donizetti, con libreto de Felice Romani, basado en el drama homónimo de Victor Hugo. Intérpretes: Mariella Devia (Lucrezia Borgia), William Davenport (Gennaro), Marko Mimica (Alfonso d´Este), Silvia Tro Santafe (Maffio Orsini). Producción: Palau de les Arts. Dirección de escena: Emilio Sagi. Esceno­gra­fía: Llorenç Corbella. Vestuario: Pepa Ojanguren. Coro de la Generalitat Valenciana (director: Francesc Perales). Orquesta de la Comunitat Valenciana. Direc­ción musi­cal: Fabio Biondi. Entrada: Alrededor de 1.400 personas (prácticamente lleno). Fe­cha: Domingo, 26 de marzo de 2017 (se repite los días 29 de marzo y 1, 5, y 8 de abril).

Volvió el mejor belcanto al Palau de les Arts, protagonizado por la diosa Mariella Devia (1948), soprano de carrera ejemplar que a punto de cumplir 69 años mantiene muchas de las cualidades que la han convertido en una de las grandes divas de su tiempo, además de última representante de la edad de oro del belcanto. En esta ocasión ha regresado a València con un papel tan cargado de exigencias y referencias de todo tipo como el de Lucrezia Borgia, que requiere una soprano más dramática y de mayor anchura vocal. Pero la técnica portentosa de la veterana soprano, su rigor artístico y sabiduría vocal le han permitido llevar el gran personaje donizettiano a su ámbito vocal sin por ello desvirtuar la naturaleza artística de la temida descendiente de los Borja valencianos.

El resultado ha sido una noche de óperas de ésas que no se olvidan, y que marca una fecha de referencia en la corta pero intensa historia del Palau de les Arts. Desde su primera intervención, en el prólogo de la ópera, con el aria «Com´ è bello», la Devia hizo gala de su estilizada y cristalina línea de canto, y del dominio de las coloraturas belcantistas. Toda su actuación fue un modelo y una lección del mejor canto, culminada con una excepcional escena final cargada de dramatismo y entidad vocal, en la que el teatro, en ese silencio absoluto de los momentos verdaderamente grandes en los que el tiempo se congela y no se escucha ni una tos, sintió y se conmovió con la trágica escena que cierra la ópera, en la que la Borgia, momentos antes de morir, revela a su amado Gennaro ser su madre y entona el «M´odi, ah! m´odi», poco antes de morir ambos. Tuvo tiempo aún la diosa Mariella de subir aún más el ambiente emocional en la escalofriante cabaletta «Era desso il figlio mio», donde lució su enorme elegancia vocal y desplegó su virtuosismo belcantista para dejar uno de los momentos de más elevada entidad artística vividos en el Palau de les Arts.

A su lado, el insuficiente tenor estadounidense William Davenport volvió a fracasar tras su decepcionante Nemorino (L´elisir d´amore) del pasado octubre. Tanto por estilo, medios y tipología vocal su pálida interpretación se aleja del personaje, más aún si ante sí tiene a una soprano de la envergadura de la Devia. Fue él el único punto flaco de un reparto bien hilvanado, en el que brilló el estupendo Maffio Orsini de la mezzo valenciana Silvia Tro Santafé, que ya despuntó en su inicial romanza «Nella fatal de Rimini» y se expandió hasta la balada «Il segretto per esser felice» del segundo acto, cargada de ironía, gracia y pulso rítmico. Su formidable interpretación y entidad artística exigen una presencia más frecuente y constante en la ópera de su ciudad, donde tan habituales son voces foráneas de muchísima menos categoría.

También destacó en este calibrado reparto el bajo-barítono croata Marko Mimica, que compuso un Alfonso d´Este cargado de fuste vocal y escénico, capaz de hablar de tú a tú a Mariella Borgia en el extenso dúo del primer acto y de lucir su sólido, ágil y hondo registro vocal en la cavatina «La mia vendetta». Todos los muchos personajes secundarios, en su mayoría procedentes del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, cumplieron con solvencia sus respectivos cometidos.

Fabio Biondi, en el foso, concertó con mesura, conocimiento y profesionalidad un repertorio que estética y anímicamente le resulta distante. Contó para el buen resultado con la ayuda de una orquesta tan profesionalizada como la de la Comunitat Valenciana y de un coro tan baqueteado en estas lides como el de la Generalitat Valenciana, preparado como siempre por Francesc Perales. Emilio Sagi, que firma la producción escénica, crea, mueve y domina con veteranía una acción que elude el alarde para contar de modo claro y directo la historia, en un marco escenográfico limpio y sencillo muy acorde con el concepto escénico, y que -en tiempos de crisis- reutiliza hábilmente antiguos decorados del fondo de armario del propio Palau de les Arts. El aséptico vestuario, que no es ni viejo ni nuevo, sino todo lo contrario, sintoniza escrupulosamente con esta sencillez empeñada en no enturbiar la acción. Al final, el teatro se volvió loco con su nueva diosa. ¡No era para menos!

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