La obra íntima de un creador no está reñida con la grandilocuencia. Los paisajes de Pedro Cámara nacidos en su intimidad, en lo próximo, tienen la grandeza de una naturaleza sin límites. Hizo su obra fundamental en el paisaje que conoció desde la niñez. Recreó con sus pinceles las tierras del entorno en que conoció el paisaje. En sus cuadros pueden resultar sorprendentes los cielos rojizos y las nubes amarillentos. Son los atardeceres o las mañanas de Ayora, su pueblo en el que ha sido enterrado.

En pueblos como el suyo los colores se captan con las primeras miradas. Los resplandores lumínicos y los atardeceres tienen siempre imagenes de lo cotidiano. De ahí, las manos nervudas del viejo campesino que con espartos en la mano hace guita, instrumento que después servirá para labores del campo. De ahí, los objetos propios de la actividad agrícola que ha conservado en sus pinturas. En el campo los días de lluvia hay que salir a recoger caracoles y por ello la caracolera, objeto hecho con cuerda cuelga en cualquier pared de un vecino. Las alpargatas con las que hay que ir a escardar son también de esparto porque las de cáñamo son más de vestir. Retratar a los paisanos en sus labores más cotidianas, en aquello que compone gran parte de la vida social de la población, exige la mirada entrañable de quien ve en ello, en lo sencillo, esencia vital. Son útiles que dentro de pocos años serán vestigios de un mundo pasado y por ende desconocido. Son casi una guía de museo etnológico.

Pedro Cámara nos ha dejado los campos labrados, las tierras con el trigo en nacimiento, los bancales en los que la tierra está desnuda, las eras en las que se batía el trigo, la lejanía de los jornaleros hoz en mano cortando y apilando haces de trigo. Y las casitas modestas del campesino en las que se guardaba sus aperos, Y tal vez entre lo más entrañable, las cestas también de esparto, su útil más habitual, en las que depositaban las flores silvestres, las que no figuran en los ramos lujosos para regalo, pero que componen la mayor belleza de los terrenos sin cultivo. Nacen, crecen y mueren sin que nadie las cultive y por ello son primor sin retoques.

Pedro Cámara se ha ido y también dejó antaño sus dibujos a pluma y las conversaciones siempre amables casi impropias entre de colegas, en las páginas de Levante-EMV. Hizo grandes amigos que vieron en él por encima de un pintor, de un artista, un hombre que, como se definía Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno.