Los tipos fatuos que se pavoneaban impúdicamente en sus veleros de lujo en el Mediterráneo, escenario de la última novela de Manuel Vicent, siguen allí aunque «más escondidos», asegura el autor valenciano que está convencido de que habrá una próxima temporada de «fiesta de la codicia».

«La codicia va y viene», afirma Vicent (Vilavella, 1936), que acaba de publicar en Alfaguara La regata, una novela en la que regresa a su Mediterráneo y a su Circea de la Marina, esa ciudad costera de otras obras suyas como Son de Mar, para hacer una sátira de la sociedad de la corrupción y de recuerdo de ese mar que se ha perdido.

Dora Mayo, joven actriz famosa por su belleza, y el veterano empresario Pepe California mantienen un romance y planean participar en la regata que recorrerá el Mediterráneo a bordo del Gipsy, un velero que California le debe a los réditos de la primera guerra del Golfo. Pero él fallecerá de un infarto encima de ella, atada a la cama.

Mientras, la vida regalada sigue para otros en una regata en la que compiten ricos contra ricos, prototipos de vidas vacías que encontrarán algún capítulo de realidad en una patera que encuentran en su travesía y que les servirá para amenizar sus reuniones y fiestas.

Pero el protagonista verdadero de la novela es el Mediterráneo que, explica Vicent, es en esta ocasión un «espejo cóncavo en el que mucha gente se refleja como un esperpento».

Unos navegantes que enseñan sus yates y veleros como «pavos reales» en una actitud «impúdica» en un mar que es una «escuela de moral», que «humilla a los fatuos y a los tímidos les da la posibilidad de ser héroes», dice el autor.

Entre los participantes en la regata aparece un político «culpable de no se sabe qué» al que le persigue día y noche un dron que «es su conciencia», indica el autor que ha creado otros personajes como el abogado pijo, el exministro con don de gentes, el constructor a la búsqueda de espacios para edificar o el cirujano plástico influyente. Y entre ellos viaja Ismael, un escritor novel que decide realizar una crónica de la travesía y que será el testigo de las peripecias de los participantes en la historia.

El Mediterráneo perdido

Entre los personajes sólo el abuelo de Ismael resume la memoria del Mediterráneo de antes, un testimonio «de lo que hemos perdido», asegura Vicent.

Aquel Mediterráneo que nunca volverá y cuya evolución ha visto el autor desde la primera vez que navegó hasta Baleares a principios de los años 50. «Las nuevas generaciones se adaptarán a esta destrucción porque cualquier tiempo pasado es nostalgia y esta miseria de hoy será nostalgia en el futuro», sostiene Vicent.

El Mediterráneo es al mismo tiempo «un espejo donde se refleja la Historia» y la contradicción que significa: «Es un paradigma de la felicidad, del sur y del sol y al mismo tiempo esconde sangre, guerras y miserias».

Ismael se embarca con la difícil esperanza de abstraerse de la realidad porque, reconoce el autor, es casi imposible desentenderse de lo que ocurre diariamente.

Aunque el propio autor, explica, ha conseguido ver sólo la primera noticia de los informativos, que siempre es algo negativo de fuera de España: «El mundo se estrena con cada telediario».

Un telediario que persigue a alguno de los participantes de su regata, esos millonarios «tiburones de despacho que se ponen una camiseta de Snoopy y que llegan a ser amables en verano».

Para Manuel Vicent, «la literatura que se mira de frente con el mar es complicada» y sólo la gente que trabaja en ella, marinos y pescadores, «saben con quién se juegan la vida».

Porque el mar «es casi humano, a veces fiero, a veces apacible»; nunca se sabe lo que va a pasar. Y como asegura en la novela, recuerda Vicent, «no hay que dejarse embaucar por el romanticismo. El mar muestra una absoluta indiferencia frente al dolor».