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Crítica musical

La gloria del piano

Recital de Yuja Wanh (piano)

palau de la música (valència)

Programa. Obras de Chopin (Preludios, opus 28) y Brahms (Variaciones y fuga sobre un tema de Händel, opus 24).

De no existir el precedente inalcanzable de Alicia de Larrocha, sería difícil imaginar que alguien tan menudo como Yuja Wang (Beijing, 1987) pueda obtener la potencia y sonoridad que ella arranca del teclado. Su formidable recital del sábado en el Palau de la Música fue, además de un deslumbrante alarde de poderío pianístico, un derroche de energía y musicalidad. Ni siquiera los frenéticos tempi que con frecuencia desbordaban todos los límites pudieron mermar la arrolladora fuerza de sus versiones. Tal es la naturaleza de su pianismo, que, como los caldos bien envejecidos, el tiempo y la madurez templarán para hacerlo aún más hondo e interesante.

Fascina, asombra e inspira el máximo respeto su virtuosismo sin fisuras; su arrojada valentía ante el teclado. También su naturalidad, surgida de un talento innato absolutamente excepcional, pero también consecuencia de un estudio disciplinado y sabiamente dirigido. No creo que, técnicamente, se pueda tocar mejor el piano. En su recital en el Palau de la Música, contó, además, con la complicidad de un instrumento tan concienzudamente preparado, ajustado y afinado como el estupendo Steinway & Sons gran cola de Hermanos Clemente. Contar en Valencia con el profesionalizado trabajo de estos artesanos es un privilegio parangonable al de la presencia efímera de la virtuosa pianistaza china.

Chopin se hubiera quedado estupefacto de haber escuchado sus 24 Preludios el sábado. No sólo por la diversificada y opulenta sonoridad del moderno piano -tan remota a la de los instrumentos de su época-, sino sobre todo por la brillantez de la versión de Yuja Wang, tan alejada también de la contenida sonoridad que él siempre reivindicó. Hubiera estado igualmente en desacuerdo con el vértigo métrico con que abordó algunos preludios, como los números 12, 14, 16, 18, 22 o el 24 y último, en cuyo inicio la hipervirtuoso mostró su condición humana al rozar mínimamente una nota en la mano izquierda. Tampoco respetó los espacios de silencio entre preludio y preludio que recomendaba Chopin, quien consideraba el conjunto como un ente unitario de principio a fin. Algunos se escucharon casi ininterrumpidos -como el séptimo y octavo-, mientras que otros quedaban excesivamente distanciados, como el 14 y el 15, el famoso «Gota de agua». Estas disimetrías mermaron el muy calibrado hilo tonal y conductor.

Pero estas acaso quisquillosas apreciaciones quedan minimizadas ante la grandeza pianística de un virtuosismo que es en sí mismo expresión y seducción. Es difícil cuestionar nada o poner peros a semejante derroche pianístico y a tal despliegue de medios, que en la segunda parte se expandieron en una impresionante versión de las brahmsianas Variaciones y fuga sobre un tema de Händel, obra densa que se inició con el aria que sirve de base al conjunto dicha de forma ligera y exenta de la barroca solemnidad original. Pronto, ya en la primera variación, la obra tomo cuerpo y entraña, y no dejó de crecer hasta culminar en una de las fugas finales más perfectas, mejor organizadas y fastuosas que recuerda el crítico.

Después, la apoteosis. El público, que abarrotaba el Palau, regaló a la joven gloria del piano una unánime ovación que se correspondía bien con la sonora brillantez de lo escuchado. Pero el virtuosismo sin límites de Yuja Wang aún reservó la traca final, para superar lo que parecía insuperable con su increíble versión de la Fantasía sobre temas de la ópera Carmen que escribiera Horowitz en los años treinta del siglo pasado. Hasta el legendario hipervirtuoso de origen ruso se hubiera quedado patidifuso con el milagro escuchado en València.

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