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Festejos taurinos

Ginés Marín puede prometer y promete

El espada jerezano impacta en su presentación en Las Ventas

Ginés Marín puede prometer y promete

No hay mejor escenario que la plaza de toros de Las Ventas para cambiar tu suerte. Madrid da siempre que sepas aprovechar la oportunidad, claro. Algunos están empeñados en acosar a parte de la afición venteña que es la que quita. Igual sin ella la fiesta es más amable pero menos auténtica y los triunfos tendrían entonces menos peso. La discrepancia, tan taurina, no tiene cabida en esa tauromaquia de salón que han diseñado cuatro interesados en el reservado de algún restaurante de tronío. El arte -a su parecer- ahora se produce, como puede producirse un espectáculo de luz y sonido, aséptico, previsible, sin el alma brava del genio patrio que parió una fiesta que es la creación española más sobresaliente de los últimos dos siglos y que, como dijo Ortega y Gasset, aconteció cuando nuestro pueblo «se decidió a vivir de su propia sustancia».

No hay mejor escenario, decíamos, que la plaza de toros de Madrid para troncar tu suerte? si sabes aprovechar la oportunidad. Como Ginés Marín, que consiguió amansar a las fieras capitalinas del tendido 7 con la música callada de su toreo, la tarde de su confirmación de alternativa. Una faena de cante grande al sexto, después de otra lección magistral de un tal Julián López, desafiando -¡oh, casualidad!- a ese sector de la afición madrileña que hay que extirpar de la plaza como si fuera un tumor maligno. Si los toros pueden permitirse algún exceso, por favor, que sea siempre de exigencia. El último Alcurrucén permitió que el jerezano desgranara su toreo con una serenidad impropia de un debutante. Firme y asentada la planta, abrió fuego por naturales de trazo tan largo como el viaje del morito. Dos tandas para caldear el ambiente, la segunda abrochada con un pase cambiado por bajo. Otras dos por el derecho, un cambio de mano eterno, un molinete y un pase de pecho. Y la plaza era un clamor. ¿Para qué más? El toro aún admitía fiesta, pero Marín decidió entonces -con criterio de veterano- que ahí quedaba eso y firmó su obra con una estocada de consecuencias fulminantes. Dos orejas y la primera puerta grande para un matador en este san Isidro de las broncas y los tejemanejes.

La entrega de Castella

El diestro francés se enfrentó el viernes a un ejemplar de Jandilla, el mejor de lo que llevamos de feria, al que lució con generosidad y que fue premiado con una merecida vuelta al ruedo póstuma. Un vendaval el tal Hebreo al que Castella supo igualar en nivel de intensidad, encauzando la bravura del toro con su raza de torero macho.

Talavante, que cumplió su segunda actuación en el abono, se dejó sentir ante el jabonero que hizo segundo en una faena de poder a poder que quedó sin premio tras pinchar al toro en el primer intento. Ante el quinto, otro encastado ejemplar de Núñez del Cuvillo, se jugó el tipo con una entereza conmovedora, lo que le valió una cornada en el muslo y una oreja de mucho peso. Volverá a Madrid el martes 6 de junio con la de Victorino. No se la pierdan.

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