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Amores perdidos en la Tercera Setmana

Empezó bien la segunda edición del festival Tercera Setmana. La verdad es que los organizadores jugaron a seguro, a un nuevo montaje de Alfredo Sanzol. La ternura, así se tituló la obra que pudimos ver, disfrutar y reír en el Teatro Principal. Y vuelvo a repetir lo mismo que dije en la edición anterior con La respiración: ¿Por qué razón espectáculos como el presente no llegan a la temporada normal? ¿Por qué tenemos que esperar a la celebración de festival para verlos? Valoro mucho este hecho, es decir, que Tercera Setmana me ofrezca estos programas, pero un festival tiene que definirse de modo más específico, y no solo como complementar una temporada. Por ello noto todavía poco impacto en la ciudad, ya que si bien un nombre cuesta de hacerse, más si no se percibe una especialidad: teatro contemporáneo, nuevas dramaturgias o directores, teatro postdramático€, pongamos por caso.

En fin, caben diversas fórmulas que dejo en el aire para una discusión que veo necesaria después del festival, porque ahora quiero recrearme con el señalado trabajo de Sanzol. Se trata de un montaje que se nutre del mundo de la comedia shakesperiana. Una píldora en el que su prospecto dice los siguiente: 500 mg. de la genialidad del dramaturgo inglés y otros quinientos de la asombrosa capacidad del autor y director para componer estructuras dramáticas. En este caso no hay excipientes, pero sí efectos secundarios: una sensación de disfrute con lo que acontece en un escenario. Con esta estructura perfecta. Y lo sería más si se aligerara la parte de la mitad. Clasicismo y modernidad se dan la mano dentro de un sentido del humor muy particular, productivo y contagioso. Por no hablar de la pérdida de respeto a Shakespeare, pero al mismo tiempo dándole un aire muy de hoy. Elegancia isabelina y desenvoltura verbal al estilo de Muñoz Seca o Jardiel. Y, claro, desparpajo de un elenco muy entonado. A veces, delirante.

Dos monólogos siguieron en estos primeros momentos del festival: Un obús al cor y Dona no reeducable. El primero me había abierto el apetito teatral y social al partir de una obra de autor libanés Wajdi Mouawat, del que hace pocos días me había deslumbrado con Incendios. Pero vi una obra más poética (aunque impresionante) que teatral, por lo que la excelente interpretación de Ernest Villegas no terminó de atraparnos. Por lo menos a mí. Lo contrario que el segundo, no ya solo por la pulida dirección de Lluís Pasqual o la muy efectiva interpretación de Míriam Iscla, sino porque, a pesar de la dureza del texto (Stefano Massini), parecida a la anterior (el asesinato de la periodista Anna Polikóvskaia por su posición sobre Chechénia), tenía una gran variedad de registros (desde el relato periodístico a la vivencia personal) que se nos metió en la cabeza.

Pero el festival sigue su marcha, y lo más sonado de estos días nos lo depara Pablo Messiez quien regresa al certamen con su último trabajo, Todo el tiempo del mundo, un cuento lleno de poesía sobre el amor y la memoria que ocasiona buenas vibraciones, y más después de leer algunas críticas. La presencia valenciana también alcanza resonancia: 1789. En un universo paralelo, del Teatro de la Resistencia; Ultramarins, uno de los textos más celebrados de Paco Zarzoso, y La capilla de los niños, de Perros daneses.

Un buen teatro, pues, para después del cuarenta de mayo.

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