De no ser por su leyenda -a veces negra- de siglo y medio de historia, la ganadería de Miura sería una más de las muchas que se anuncian sin gran brillo por los ruedos del mundo. Desde hace algunas temporadas, los toros de la divisa grana y verde han dejado de ser aquellos terroríficos ejemplares que, por su sentido y poder, hacían temblar las piernas de los toreros con solo escuchar su nombre.

Pero, como va siendo norma de las últimas camadas, en la vacada sevillana ahora predominan animales como los lidiados hoy en Bilbao: con volumen y aparato, que no con cuajo, pero también muy escasos de fuerzas, flojos de remos, encogidos de riñones y con un comportamiento soso y descastado, manejable en ocasiones, cuando no venido a menos y sin apenas fondo ni duración. Así fue el encierro que cerró las Corridas Generales de Bilbao, con el que, sin apuros aparentes, brilló muy por encima una terna de jóvenes espadas sin experiencia con la divisa, pues sólo uno de ellos, el malagueño Fortes, se había enfrentado antes a las reses de la finca Zahariche y en una única ocasión.

Fue precisamente Fortes, quien sabe si por ello, el que cuajó los muletazos de mayor pureza y temple de la tarde, logrados con el que abrió plaza, un cinqueño de medias arrancadas al que, como si fuera bueno, toreó con enorme asiento y una prodigiosa sutileza en el cite y en el trazo de los pases.

Desafortunadamente, ni el toro le duró lo suficiente para redondear, pues se quiso rajar al final de la faena a pesar de tan buen trato, ni el torero consiguió matarlo al primer intento, perdiendo así una bien ganada oreja.

Idéntica fórmula empleó Fortes con el cuarto, el ejemplar de mejores hechuras de la corrida pero también el más vacío de raza de los seis, y ante el que hizo otro alarde de pausa, paciencia y buena técnica, pero sin que el animal lo agradeciera.

El valenciano Román cortó una oreja de peso en su debut como matador de toros en las Corridas Generales de Bilbao. El coletudo de Benimaclet paseó un apéndice del sexto, un torancón cárdeno de 657 kilos, nada menos, que tuvo como virtud la nobleza y la obediencia, a pesar de que se empleó poco tras los engaños. El diestro, a base de valor, temple y confianza, se mostró seguro y tiró del miura con soltura y firmeza por el pintón izquierdo. En su primero, el torero del "Cap i Casal" pinchó una faena de menor entidad pero con matices de un matador de toros en proyección.

Menos técnicas y templadas fueron las faenas de Juan Leal, que tiró por la via del efectismo en una actuación enfocada a lo espectacular y populista, a pesar de encontrarse ante una corrida de Miura que, en principio, no parece la más adecuada para tal planteamiento.

Fue ese animoso desparpajo del torero francés lo que más valoró el poco público que acudió a la plaza, cuya mayoría se quedó más con los pases cambiados con que abrió la faena a su primero que con el atropellado desarrollo de la misma, en la que resultó incluso aparatosamente volteado pero sin mayores consecuencias.

Después de que el toro acusara ciertos desajustes -buscó muy marcadamente con la muleta el ojo contrario- Leal recurrió al clásico arrimón en la distancia corta, también con más voluntad que resultados, solo que con ganas y empeño suficiente como para dar una aplaudida vuelta al ruedo tras la generosa petición de una oreja.

También paseó el anillo el joven francés -aunque ahora por su cuenta y riesgo- después de otro ajetreado trasteo al quinto, abierto en los medios con las dos rodillas en tierra y continuado con abundantes enganchones que mermaron aún más el escaso celo de flacón y descastado "miura". Como si fuera un toro más de otra ganadería cualquiera.