La plaza de toros de Requena inmensa como un pazo valleinclanesco, celebró su festejo con motivo de la Feria de la Vendimia. El recuerdo del desaparecido Dámaso González sobrevoló su vecina tierra. El diestro de Albacete siempre contó que un novillo en la aldea requenense de San Antonio le enseñó a torear. Por él, tras romper el paseíllo, se guardó un minuto de silencio. Un torero revolucionario, constante en sus ideas y que siempre fue al pitón contrario. Hay que aprender de Dámaso González para ser figura.

En lo estrictamente taurino, Juan José Padilla, que cortó cuatro orejas y un rabo, fue el triunfador de la tarde. Frente al cuarto, un toro con fijeza y humillación, instrumentó una labor decidida en su leal estilo y paseó los máximos trofeos.

Jesús Duque, que debutó de luces en su pueblo natal junto a Dámaso González frente a la ganadería del propio maestro, logró frente al precioso quinto, el mejor del festejo, una labor de entidad. El diestro de Requena se mostró fiel a sí mismo y leal. Su primera faena, donde resultó cogido sin consecuencias, tuvo carácter y fondo de valor. Paseó una oreja.

Varea, que debutaba en Requena tiró de sus dos astados con elegancia aunque sin poder entrar en profundidades. La faena al sexto tuvo sabor y sentimiento, y lo pasaportó de una fulminante estocada. Paseó una oreja de cada uno de sus oponentes.

La corrida de Los Eulogios fue excesivamente anovillada y excesivamente también fue la concesión de los trofeos. Las tardes triunfalistas no ayudan a revitalizar la fiesta de los toros. Todo lo contrario. Sin seriedad -uno de los distintivos de la tauromaquia-, el barco se hunde. No contribuyamos a ello.