Como en el famoso programa de televisión, Espai Rambleta se prepara para una temporada llena de sesiones de risa terapéutica. Los primeros en tomar la escena será la pareja de Mongolia, pero tras ellos actuarán en el centro cultural de Sant Marcel·lí los chicos del Hormiguero y el humorista Miguel Noguera, una programación para encanarse de risa.

Los primeros, el dúo explosivo de la revista satírica Mongolia, Edu Galán y Darío Adanti, volverán al auditorio de Espai Rambleta hoy y mañana. Y lo harán con un espectáculo en el que ofrecerán, según cuentan, una «evaluación de la nueva situación valenciana». «Mongolia El Musical 2.0» aterriza en València con un show salvaje, aunque sin superar al público que, en València, dicen, «es incluso más salvaje que nosotros».

Ambos admiten que se mueren por venir a actuar al cap i casal, donde «siempre hay algo que contar» y que el rato que compartirán con los valencianos en Rambleta tendrá forma de una sucesión de sketches renovados, «al igual que van cambiando las cosas» ya que desde el año pasado la actualidad valenciana ha cambiado y ellos, tienen nuevos asuntos sobre los que hablar. Algunos los caracterizan de «bestias», pero lo que está claro es que esta pareja cómica no tiene pelos en la lengua y la sátira es su idioma materno.

La política, el blanco satírico

Se meten con los políticos, los representantes, las instituciones y las situaciones cotidianas. «La sátira dentro del humor es como la hermana política, suele cebarse con el poder porque lo que pasa en la polis, lo que nos pasa a todos, es responsabilidad directa de los que tienen más poder», en este sentido, los cómicos opinan que en la sátira, «no te queda otra que dispararle al poder simbólicamente».

No tienen límites. «El único límite que no pasamos nunca es el del código penal», ríen. «Pero a lo que no tenemos ningún respeto es a ningún tipo de moral sea de la línea ideológica que sea», explican. Edu Galán y Darío Adanti son de los que piensan que parece que a todos nos guste el humor mientras que no sea sobre nosotros mismos. «Con el fútbol, con los nacionalismos y con la ideología la gente tiene muy poco humor y nos parece que la función, nuestra función, es casi social», añaden. «Es el tocar ahí, donde la gente te dice que no hay que tocar».

Decir las verdades incómodas, «destruir», de alguna manera. «El humor pone a prueba lo que creemos, justamente porque te permite destruirlo simbólicamente», dice Adanti. «Hasta el chiste más blanco tiene destrucción implícita», añade Galán. Lo positivo, sin embargo, es que «reírte de las desgracias del resto es quitarle importancia a las tuyas propias», algo como aquello de «mal de muchos, consuelo de tontos».

En este sentido, los cómicos definen el humor como «el medicamento cara a la realidad» y la sátira- su especialidad- como «el supositorio». Es decir, para el argentino y el catalán, el humor divierte, hace reír, pero la sátira... puede ser de mal gusto, grosera. «Pueden metértela como a los patos a los que ceban para hacer paté, y duele», ríen. Muchas veces duele porque es verdad. «Tienes que jugar a cosas groseras y generales para hacer daño y para crear un impacto y que esto te llegue a hacer repensar», cuentan. Repensar, reflexionar e incluso cuestionar. Eso es a lo que te invitan los chistes satíricos, sin embargo, Mongolia no pretende cambiar las cosas.

«La sátira es en esencia una amarga derrota», explican. «Por mucho que nos metamos con nuestro amigo Mariano, él va a seguir siendo presidente del gobierno». Darío lo explica así: «La sátira tiene una función mucho más catártica que otra cosa, es más como un ritual primitivo y mágico, es intentar hacer una catarsis sobre los miedos y las frustraciones que tenemos». Lejos de cambiar las cosas, Mongolia crea incertidumbres. «Lo democrático del humor es que crea dudas, incluso la persona más noble, ante un humorista, duda de lo que piensa y eso le permite ser un poco más democrático y creerse menos Dios».