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Con cierto desconcierto

Palau de les Arts. Jornada de Portes Obertes

Con cierto desconcierto

Programa: Obras de Schumann (Obertura Genoveva), Brahms (Variaciones sobre un tema de Haydn), Ravel (Pavana para una infanta difunta) y Stravinski (El pájaro de fuego). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: Jordi Bernàcer. Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1.200 personas. Fecha: Domingo, 24 de septiembre de 2017.

Discreto y anodino concierto. Quizá por la evidente falta de ensayos, acaso por estar la plantilla orquestal mermada hasta lo inadmisible, o tal vez por no saber el maestro alcoyano Jordi Bernàcer (1976) compensar con imaginación y determinación estas negativas realidades, la realidad es que el concierto ofrecido el domingo por la Orquestra de la Comunitat Valenciana en el marco de la «Jornada de Portes Obertes» en ningún momento fue más allá de una corrección que con frecuencia excesiva estuvo ausente.

Desajustes impropios de un conjunto sinfónico como el titular del Palau de les Arts delataban la palmaria falta de ensayos. También la pérdida de calidad de una orquesta que siempre ha destacado por su empaste y calidad. Sonó a concierto de buena orquesta española en día de desconcierto. El maestro Bernàcer, actual director residente de la Ópera de San Francisco y que ha demostrado por activa y pasiva su solvencia durante su prolongado y eficaz trabajo en el Palau de les Arts, debería de haber abordado un programa más apropiado tanto a las particulares y negativas circunstancias como a la escuálida y mozartiana plantilla de cuerda disponible (¡doce violines primeros, nueve segundos, ocho violas, seis violonchelos y cuatro contrabajos!), absolutamente insuficiente para abordar las obras anunciadas. También, desde luego, debería de haber cambiado el programa -demasiado exigente, sonora, técnica y numéricamente- por otro menos delicado, más cómodo técnicamente y de menos exigencias instrumentales. También más indicado para el público de puertas abiertas que casi cubría el aforo del antiacústico Auditori del Palau de les Arts.

Desde los primeros compases de la obertura Genoveva de Schumann hasta los últimos de la suite de El pájaro de fuego que cerró el programa se pusieron de relieve tales deficiencias. Con un sonido desequilibrado (predominio de los vientos frente a la diezmada cuerda), deteriorado, plano y monótono, las cuatro joyas sinfónicas que componían el programa se sucedieron sin pena ni gloria. Y eso pese a la solidez de Bernàcer, que apenas se limitó a hacer que la cosa no fuese a más. La delicadísima Pavana para una infanta difunta supuso el momento más bajo del concierto, con imprecisiones y llamativos deslices instrumentales, en los que se sintió especialmente la ausencia de un verdadero concertino. Ya en el canto inicial de la trompa se evidenciaron todas estas carencias, en una interpretación desajustada, lánguida y plana, que pareció más la «Difunta pavana para una infanta» que tanto temía Ravel que convirtieran algunos discretos intérpretes su maravillosa página orquestal.

Algo pero no más mejoró el concierto en el stravinskiano El pájaro de fuego que cerró el programa. No sólo por el pulcro trabajo del maestro Bernàcer, sino también por las destacadas intervenciones de algunos de los excepcionales solistas que aún quedan en la irresponsablemente mermada y quebrada Orquestra de la CV. Como la flautista Magdalena Martínez, el fagot Salvador Sanchis (soberbio en la Canción de cuna), el trompeta Rubén Marqués, el trompa Bernardo Cifres, el trombón Juan Real o el timbalero Gratiniano Murcia. Para más señas, todos ellos valencianos. Por la ovación final del generoso público de puertas abiertas, parecía más que se acababa de escuchar a la Filarmónica de Viena con cualquiera de los dos Kleiber. Pero no.

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