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Crítica

El delito de nacer

Decía Cioran que la utopía era no haber nacido. Calderón, en esta obra, habla del delito de nacer. Dos miradas muy diferentes pero en ambas hay un punto de pesadilla: la utopía al revés, en la primera, y la culpa heredada, en la segunda. La libertad es el tema común. En un caso, estamos condenados a ser libres ( Sartre), y en el otro, es la búsqueda de la libertad en un mundo dominado por un Dios laberíntico. El libre albedrío.

Dicho esto (dejando en el tintero muchos asuntos, es evidente), hay que señalar que esta obra se ha prestado, y presta, a variadísimas interpretaciones en el escenario. Viendo la presenté recordé la versión de Calixto Vieito (año 2000), para confirmar esta idea. Aquel montaje era carnal, repleto de efectos; el presente de Carles Alfaro (firma también la versión junto a Eva Alarte) es austero, quiere extraer el espíritu filosófico y sensitivo de la obra a partir de cuatro personajes (Basilio, Clotaldo, Segismundo y Rosaura) a los que introduce en una especie de jaula sin paredes. Allí se producen las relaciones a modo de la «puerta cerrada» sartriana.

Lo importante es trasmitir los recovecos de los personajes, sus angustias y emociones sin disfraces ni efectos decorativos, para llegar a la raíz de los dilemas. Los cuatro intérpretes están magníficos en esta tesitura, viven los personajes armonizándolos con la dicción del verso: Alejandro Saà, delinea a Segismundo sin innecesarias afectaciones, haciendo natural (lo que se agradece) el famoso (casi como el «ser no ser» de Shakespeare) monólogo. Rebeca Valls, impecable, imponente y emotiva. Enric Benavent, solvente, como siempre? Como espectador aguerrido y experimentado disfruté con este inteligente y bello trabajo, aun echando en falta a Clarin, el «gracioso». La única duda reside en pensar si esta esencialidad es la adecuada para que llegue una poesía ya muy lejana a nuestro hoy. Los sueños, sueños son; pero el teatro no tiene por qué dar sueño. Una duda, he dicho.

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