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Crítica

Otra realidad

Andrés es un anciano enfermo de Alzheimer que vive sumido en una confusión continua. Su autonomía y sus recuerdos van diluyéndose a la misma velocidad que él se construye una realidad propia. Ana, su hija, asiste impotente a la degradación de su padre, acompañándolo amorosamente, pero al mismo tiempo deseando desprenderse de él.

José Carlos Plaza ha dirigido El padre (obra del dramaturgo francés Florian Zeller) bajo la premisa de trasladar al espectador la sensación de eterno desconcierto que experimenta Andrés. A base de varios cambios de intérpretes para encarnar a los personajes o la repetición fragmentaria de algunas escenas, consigue que el público no deje de preguntarse qué está pasando, dónde está viviendo el anciano o quién es la pareja de su hija. En definitiva, cuál es la realidad. Y lo interesante es que no hay respuestas para esos interrogantes, pues todas parecen tan reales y coherentes que es difícil discernir qué es lo que ha ocurrido objetivamente.

El tono general de la propuesta es duro, dramático y aunque alguna escena despierta media sonrisa en el espectador, la imagen del hombre desnortado es demasiado potente para entregarse a la risa.

El espacio escénico, de Francisco Leal, es uno de los grandes aciertos de este montaje, con una evolución paralela a la historia y al personaje. La transformación progresiva hacia el blanco total es una potente metáfora de la escena final: la pérdida absoluta. También la iluminación se adecúa a esa progresión hacia el vacío que anuncia el aislamiento definitivo.

El reparto contribuye en gran medida a la calidad del espectáculo. Sobre todo, es destacable la interpretación de Héctor Alterio y Ana Labordeta, ambos excelentes.

Una obra cruda que indaga en la soledad, el dolor y la frustración provocados por una realidad desvirtuada.

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