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Sin guasa

«Las Chinas»

palau de les arts

Ópera en un acto de Christoph Willibald Gluck, con libreto en italiano de Pietro Metastasio. Solistas: Silvia Tro (mezzosoprano, Lisinga); Anicio Zorzi (tenor, Silango); Ann Hallenberg (mezzosoprano, Tangia); Désirée Rancatore (soprano, Sivene). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: Fabio Biondi. ­Lu­gar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1.300 personas. Fecha: Jueves, 2 de noviembre de 2017.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana muy flojita. ¡Cada día peor! De su maravillosa cuerda no queda nada. Biondi es un pésimo director y un mal músico. Del reparto: el tenor, un tenorino de feo timbre, voz pequeña y anodina. Rancatore no es ni de lejos lo que parecía que podía ser. Bien Silvia Tro. Correcta Hallenberg. Todo un sinsentido». El crítico, que tiene conocidos con vocación opinadora que inexplicablemente parecen aspirar a su por lo visto codiciado puesto, recibe este mensaje de guasap minutos después de concluir en el Auditori del Palau de Les Arts el concierto en el que se escuchó por primera vez en València Las chinas, un divertimento en forma de operita escrito por Gluck en 1754 a partir de un libreto guasón y divertido de Pietro Metastasio que también fue musicado por compositores como Antonio Caldara o el sevillano Manuel García.

Mal futuro tiene como crítico el conocido aspirante. Aunque bien es verdad que Biondi es un «pésimo» director de orquesta, en estos repertorios y ámbitos se desenvuelve con solvencia, gracias más a la profesionalidad y calidad de los músicos -cantantes e instrumentistas- con los que trabaja y a su intuitivo sentido estético que a unos más que cuestionables méritos batuteros. La Orquestra de la Comunitat Valenciana y sus músicos invitados sonaron casi como antaño, aunque durante toda la velada la sección de cuerda sufrió una clara y constante inestabilidad interna derivada, precisamente, de la incapacidad de Biondi para calibrar y cuidar una sonoridad en la que los violines se impusieron de modo dominante sobre el resto de la cuerda. Es la consecuencia de dirigir por instinto más que por oficio y maestría.

El reparto vocal era a todas luces excepcional. Un cuarteto de bien reconocidas voces que mostraron y demostraron su valía en sus respectivas y comprometidas arias, dúos y escenas de conjunto. La solvencia de tan selecto conjunto solista minimizó el hecho de que las graves y consistentes voces de contralto que requieren los personajes de Lisinga y de su amiga Tangia fuesen desempeñadas por mezzosopranos. La mezzo valenciana Silvia Tro bordó el papel superprotagonista de Lisinga, la chinita embaucadora que mueve y sobre la que recae la rocambolesca acción. Cantó con gusto, técnica, intención y estilo. Tuvo -además- la habilidad de llevar el personaje a su territorio vocal sin por ello desnaturalizarlo. Su hermano viajero Silango fue encarnado por el tenor -y «tenorino» también- Anicio Zorzi, de hermosísima y bien calibrada vocalidad, ágil y de fácil y seguro agudo, y que con algo más de fiato alcanzará la excelencia. La mezzosoprano sueca Ann Hallenberg es una de las grandes divas actuales en su registro. Por su fácil y diáfana vocalidad y por su manera de decir su sitúa en la mejor tradición de cantantes suecos. La Racantore, otra estrella de primer rango en la escena lírica internacional, puso su veterana voz de soprano coloratura al servicio de una Sivene cargada de gracia, ironía y ligereza.

Casi todo salió a pedir de boca en esta versión de concierto de tanto mérito vocal e instrumental. Faltó, sin embargo, lo esencial en una obra que es, sobre todo, un divertimento para entretener y gozar: la «chispa» y la «alegría» que reivindica el personaje de Tangia. Significativo es que durante la hora larga que dura este «componimento drammatico» no se sintió ni una carcajada, ni siquiera una mueca entre un público que parecía ajeno a la mucha guasa y aún más ironía que entraña el libreto del gran Metastasio y pinta la música de Gluck. Fue como si se escuchara un oratorio o una misa de difuntos en lugar del fino cachondeíto chinesco que montan libretista y compositor. En su gris versión, Biondi no supo -o no pudo- materializar el contenido sustancialmente lúdico de un juguete lírico que es delicia de principio a fin.

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