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Brujería furera

El amor brujo. El fuego y

la palabra

palau de les arts reina sofía (valència)

Música: Manuel de Falla. Dirección de escena: Carlus Padrissa (La Fura dels Baus). Coreografía: Pol Jiménez. Vestuario: Chu Uroz. Iluminación: Carles Rigual. Dirección musical: Andrés Salado. Cantaora: Esperanza Fernández. Guitarra: Miguel Ángel Cortés.

El compositor Manuel de Falla («Don Manué, er de las músicas», como le conocían popularmente en Granada, donde vivió algunos años), con «El amor brujo», no se limitó a transcribir el folklore popular, sino que logró profundizar en él para lograr su perfecta integración en la más culta tradición musical europea. Y eso se produce tanto en la versión de 1915 («La gitanería»), hecha para Pastora Imperio, como la del ballet de 1925, estrenada por Antonia Merced «La Argentina».

En este caso, la Fura del Baus (y en concreto el director Carlus Padrissa) ha recuperado la versión escénica (con textos de Gregorio Martínez Sierra, aunque es más que probable que lo escribiera su mujer, María Lejárraga), pero, a su manera, claro. Y lo primero que destaca de este espectáculo es la fuerza de las imágenes, la visceridad de las mismas. Las que producen (sello La fura) un imponente juego que busca la esencia de la obra: la magia, el fuego, el agua€

Para lograr ese clima también ayuda el material fílmico (reseñable son las imágenes de José Val del Omar). De la imagen a lo telúrico, a la ayuda de artefactos, como la grúa ya utilizada en la «Tetralogía» de Wagner (la única pega es el exceso de oscuridad en algunos momentos).

De los efectos a la carnalidad: la cantaora Esperanza Fernández está inmensa: en el canto, y en interpretación de las Candelas. Hubiera redondeado su presencia con un mejor movimiento escénico, fallo habitual de La Fura, que mueve mejor a los actores-objetos, que a los de carne y hueso. Otra cosa es el cuerpo de baile: logra unos movimientos que no solo se adaptan a la música, sino que la buscan, la envuelven, la trasmiten, y la interpretan. Movimientos arrogantes que, a veces, echan humo (de verdad y de manera simbólica), como ocurre con la primera escena, porque el espectáculo no solo vive de «El amor brujo», sino que la brujería se completa con otras obras como la introducción de «El sombrero de tres picos», cuya música sirvió para ofrecer los mejores momentos dancísticos a través de unos bailarines, capitaneados por Pol Jiménez, muy bien conjuntados: sensitiva perfección (y con bellos chapoteos).

La orquesta de la Comunitat Valenciana, conducida por la batuta de Andrés Salado, respiró con lo que acontecía en escena (y viceversa).

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