Sergio Ramírez no echa de menos la política. Convencido de que el escritor latinoamericano no puede permanecer pasivo ante la violencia, Ramírez cree que «la desigualdad social es la gran raíz de la violencia en América Latina».

«Nací bajo el viejo Somoza, llegué a la universidad bajo otro Somoza (Luis Somoza Debayle) y participé en el derrocamiento del último de los Somoza (Anastasio Somoza Debayle), el 19 de julio de 1979. Mi vida está marcada por esta familia dictatorial», contó cuando cumplió 70 años.

Su paso por la política, dice, fue circunstancial. Desde muy joven su vocación había sido la literatura (a los 14 años publicó su primer cuento y su primer artículo), pero se metió en la política para librar a Nicaragua de la dictadura de los Somoza (1937-1979).

Durante su etapa de vicepresidente del Gobierno (1984-1990) luchó por el restablecimiento de la paz en su país y por el desarrollo económico de Nicaragua. En mayo de 1994 quedó excluido de la dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional por sus choques con la línea de Daniel Ortega.

Y dejó la política en 1996 para dedicarse «a tiempo completo» a la que había sido su vocación de siempre: la literatura. Desde ella, con sus relatos, puede «contar Nicaragua, pero también Latinoamérica».

A Sergio Ramírez, la literatura le «sirve para fijar mojones éticos de referencia» y aunque le parece muy legítimo que un autor no quiera contar lo que ocurre en la sociedad, él siente el deber de no quedarse callado.

Ha cultivado el cuento, la novela y el ensayo. En noviembre de 2014, ganó el Premio Carlos Fuentes por «conjugar una literatura comprometida con una alta calidad literaria» y por su papel «como intelectual libre y crítico, de alta vocación cívica».

«Los escritores latinoamericanos somos cronistas de hechos y debemos registrarlos, somos testigos privilegiados de las ocurrencias de la vida cotidiana trastocada por la violencia, el miedo, la inseguridad, la corrupción, las grandes deficiencias del Estado de derecho, somos testigos de cargo».