«Es una insensatez competir con los clásicos», aseguraba Carles Santos en 2014 durante una entrevista a Levante-EMV. En el momento de realizarla, hacía más de una década que el artista de Vinaròs no pisaba un escenario en València. Él, que quizá ha sido el más vanguardista de los músicos españoles, aseguraba en aquella conversación con Alfons García que había que desconfiar de la modernidad y no perder nunca de vista a músicos como Bach, al que alguna vez contó que interpretaba cada mañana porque para él era como respirar, una necesidad vital.

¿Hubiera sido Carles Santos un buen pianista clásico? Parece claro que sí. De hecho, a los cinco años sus padres le «forzaron» (así lo definía él) a ser pianista. A los diez daba conciertos, y a los 14 fue enviado con una beca a París donde su maestra, Magda Tagliaferro, solía mostrarlo al resto de los alumnos para decirles que, se equivocara a o no en las interpretaciones, Carles «decía algo» con la música y los otros no. «Ahí me di cuenta de lo que podía ser», señalaba.

Pero aún tardó. Pasó la adolescencia y juventud aprendiendo piano y conociendo las obras de los compositores europeos contemporáneos, como Baoulez, Stockhousen y Webern. Muchos años después conoció en Estados Unidos a John Cage, que para él fue una influencia fundamental. «Cage va más allá de la música -subrayaba-. De él no se habla en los conservatorios por ser un personaje raro, diferente, como un Marcel Duchamp de la música. En el mundo de los conservatorios hay un problema cultural. La gente toca muy bien, pero no le preguntes qué están tocando. Aún así, estoy a favor de los conservatorios, con todas sus carencias».

Santos recaló en Cataluña y en su vida se cruzó la persona que cambiaría totalmente su trayectoria: el poeta Joan Brossa. Santos contó más de una vez aquella ocasión en la que se presentó al literato y le dijo que tocaba el piano. «A ver, demuéstremelo», le vino a decir Brossa. «Lo toqué lo mejor que podía y yo esperaba una respuesta positiva de Brossa. Pero en cambio me miró me dijo: ¿Y ahora qué? Eso fue peor que me dijera que no sabía tocar. Podía no haber hecho caso pero me pregunté qué más podía hacer con el piano y aquí comenzó el lío».

El lío es, precisamente, la carrera de uno de los músicos de vanguardia más importantes de España. «Con Brossa como letrista, Ana Ricci cantando y Portabella en la dirección, hice mi primer trabajo propio. El ´Concert irregular´ como conmemoración del 75 aniversario del nacimiento de Joan Miró -contaban en 2014 en una entrevista a TV3-. Las críticas fueron fatales. Y la peor la de La Vanguardia, que era el periódico que leía mi familia y estaba en todo el pueblo. Mi padre, que quería que su hijo fuera un concertista virtuoso, hizo lo mejor que se podía hacer: Cogió todas las ´vanguardias´ y les pegó fuego en un barranco. Nadie en el pueblo se enteró».

Desde entonces, a su faceta de pianista se unió la de compositor y director, y pronto la de cineasta, fotógrafo, escenógrafo, dramaturgo, por separado y todo junto, siempre original y a la vez siempre riguroso en la realización.