Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Análisis

La ópera del Botànic

El Consell aprovecha la dimisión de Livermore para diseñar unos cambios estatutarios, con las dos nuevas direcciones, para reconquistar el Palau de les Arts, donde la actividad lírica no sea prioritaria

La ópera del Botànic

El Palau se llama de Les Arts, no de la Ópera. Esa clave la dio el viceconseller de Cultura Albert Girona, el bombero que salió a apagar el nuevo incendio del monumental auditorio de Santiago Calatrava, un templo lírico único al que le persigue la fatalidad. La dimisión de Davide Livermore ha servido para conocer por fin los planes de Girona, y se supone que también de Vicent Marzà y de todo el Consell, aunque Girona y Marzà desafinen en la intimidad.

Al Botànic le gusta poco la ópera. Aunque nunca se atreverán a decirlo en público, en privado la califican de elitista y alejada de los gustos populares, que dicen representar. Nada que objetar, anteponer a Pep Gimeno el Botifarra a Plácido Domingo es una opción artística muy respetable, casi como montar una partida de llargues en Mestalla. Pero hemos perdido dos años y medio.

Davide Livermore siguió como intendente porque nadie en Cultura tenía previsto un sustituto, y porque el regista italiano es un tipo listo, capaz de enamorar con un discurso progresista al entonces recien estrenado equipo de la avenida de Campanar, con muy poco bagaje operístico, a lo máximo alguna asistencia puntual al Liceu. Además, el afamado director artístico turinés se mostraba muy colaboracionista. Se había hecho pareja lingüística del alcalde Ribó para aprender valenciano, e incluso se atrevía con un bon dia en sus entretenidas intervenciones públicas.

Esa empatía aplazaba el tema por resolver. Los dos cargos y los dos sueldos de Livermore, sin duda una anomalía administrativa que se debió solucionar desde el principio. Mientras tanto, el intendente imbuía en un curso acelerado de ópera al Botànic. Con una programación de nivel, y al mismo tiempo con brindis al populismo como esa furgoneta, a lo García Lorca, que iba por los pueblos para ganar adeptos, pero también con ideas deslumbrantes como poner en marcha la radio online de Les Arts.

Livermore llegó a València de la mano de Helga Schmidt, la auténtica responsable del despegue del Palau. Fue ella quien lo designó tras su caída, pero su posterior desmarque de su benefactora nunca le fue perdonado por la cátedra de Les Arts, como tampoco su intervencionismo artístico a la hora de programar. Y aunque la normalidad deshizo aquella imagen de los coches patrulla rodeando el palacio de Calatrava, no superó la Tetralogía de Richard Wagner, con dirección musical de Zubin Mehta y dirección escénica de La Fura dels Baus, que ideó la intendenta en una apuesta inicial que todavía recuerdan los melómanos.

Línea roja

El viceconseller Girona ha ejercido toda su finura toscana para salvar el proyecto de Les Arts, pero ha topado con la intransigencia de un Consell que exige las mismas normas para comprar folios que para contratar tenores de nivel internacional. Pero lo que sentenció a Livermore fue la poca tendencia al glamour del Consell, atropellado por la exhibición de alfombras rojas en febrero pasado en La traviata, con presencia de Valentino y la Reina Sofía. Aquellos fastos dieron pie a la reconquista del Palau.

Con independencia de los cambios estatutarios y las dos nuevas direcciones anunciadas, estaría bien que Girona o Marzà, o sus superiores que pusieron el grito en el cielo tras la pasarela de celebridades de aquella traviata, explicaran en que van a convertir Les Arts. Si la ópera será solo una más de las actividades que se programan, si el gran teatro se va utilizará para otras actividades artísticas relacionadas con la música, o no. Porque aunque no les guste la ópera, después de diez años hay un público que llena las butacas en cada representación, y que ha encontrado en el Palau una de sensibilidades artísticas más globales, un espectáculo único que dejó de ser elitista hace muchos lustros, y que divulgadores como Ramon Gener han actualizado. Detrás de cada ópera hay un fragmento de la historia universal, con el componente pedagógico correspondiente.

Perder ese valor sería injustificable, como todo el trabajo que se ha realizado en los últimos años en la Orquesta, el Coro, o el Centre de Perfeccionament Plácido Domingo. Por cierto, esa foto del tenor tendiendo la mano a Livermore después de anunciar su dimisión el martes ha dado la vuelta al mundo. Alguien del gobierno debió pensarlo antes, porque en Milán, París, Nueva York o Sidney todavía no han llegado las grandes medidas de ese Consell del Botànic que marcarán época.

Tardaremos poco en ver al Botifarra en Les Arts, una oportunidad para perder el miedo escénico al Palau, pero el mejor gobierno es el de todos, incluidos a los que les gusta la ópera, por encima de Livermore.

Compartir el artículo

stats