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Elegidos para la gloria

El diestro vizcaíno falleció once meses después de que Víctor Barrio perdiera la vida en Teruel

Elegidos para la gloria

Muchas han sido las personalidades que nos han dejado este 2017. Entre ellas destaca, por su trágico final, la de Iván Fandiño. El «León de Orduña» perdió la vida el pasado 17 de junio en la plaza francesa de Aire-Sur-l'Adour al ser corneado mortalmente por el toro «Provechito», de la ganadería de Baltasar Ibán. La fatalidad asolaba, de nuevo, al planeta taurino tan solo once meses después de que Víctor Barrio entregara su alma en Teruel. Como entonces, el mundo del toro se volcó en muestras de solidaridad con la familia del diestro fallecido. A su localidad natal se desplazaron amigos y compañeros para tributarle un último adiós.

Dos meses después de su fallecimiento, su viuda Cayetana encontraba en una maleta que solía utilizar su marido la carta de dos folios que el torero había escrito dos años antes de su muerte -el 15 de mayo de 2015- en la que se despedía de su familia. El encabezamiento era tan clarividente como desgarrador: «Seguramente, si estáis leyendo esto, todo habrá acabado». Su apoderado, Néstor García, confirmaba en una entrevista radiofónica que Fandiño la redactó antes de torear una corrida de Parladé en Madrid: «Iván se quejaba de que no le habían tratado bien, de que quizá no se había hecho justicia con él. Eran sus sentimientos en aquel momento. Se despedía de sus padres y de su hermana, a mí me pedía cosas que no me tenía que pedir porque con los lazos de vida que teníamos él y yo no hacía falta que me pidiera nada y luego se despedía de su mujer y de su hija, que estaba a tan sólo unos meses de nacer».

Iván Fandiño fue un ejemplo de lucha y pundonor hasta límites insospechados. Su temprana muerte, con tan solo 36 años, segó de cuajo las ilusiones de uno de los matadores de toros más singulares del siglo XXI, que paseó con orgullo su independencia y su casta indómita por el orbe taurino.

Adiós al «Rey del Temple»

También se fue Dámaso? o «Damaso», como era conocido por parte de la afición valenciana, que lo quiso como si fuera uno de los nuestros. Santo y seña de la tauromaquia de finales del siglo XX, el incombustible torero de Albacete no pudo superar una rápida enfermedad que acabó con su vida la madrugada del 26 de agosto en una clínica madrileña. El diestro vivía retirado desde 2003 en el silencio de su finca de Los Prados, lejos del ruido ensordecedor del taurineo y del falso oropel de las ferias, rodeado por lo que más amaba, siempre fiel a sus principios.

Tanto en sus primeros años como matador de toros como en su vuelta a los ruedos y en la despedida final, la plaza de toros de Valencia ha sido decisiva en la carrera del matador manchego. Así, por ejemplo, corta cinco orejas y sale dos veces a hombros por la puerta grande en la Feria de Julio de 1976, en la que demuestra que una de las mayores virtudes del torero es determinar sus circunstancias. El 30 de julio de 1979, con esa premisa grabada a fuego desde sus inicios, logra tres orejas de los dos miuras que le cupieron en suerte la última corrida de la feria. Lo mejor, no obstante, estaba por llegar. El destino le tenía guardado a Dámaso un regalo en la plaza en la que tantas veces entregó lo mejor de sí mismo. El 28 de julio de 1993 indultó al toro «Gitanito», de la ganadería de Torrestrella, después de una gran faena que tuvo como mayor virtud el temple.

«El Paleto de Galapagar»

Uno de los últimos mitos del campo bravo, Victorino Martín, nos dejó el pasado 4 de octubre. El ganadero madrileño consiguió elevar a la máxima categoría un encaste que rescató del matadero en 1960 y que ha convertido en una manera ejemplar de entender la cría del toro bravo. «El Paleto de Galapagar», como se le apodó en una época en la que ser ganadero era privilegio exclusivo de gente rica, empezó su andadura como organizador de festejos populares en pueblos de la provincia de Madrid. El 18 de agosto de 1960 compró junto a su hermano Adolfo parte de la ganadería de Florentina Pérez. En abril de 1962 adquieren un segundo lote, que pertenecía a Josefa Escudero. Finalmente, el 24 de diciembre de 1965, se hacen con el tercio de la ganadería que les faltaba, la de Antonio Escudero. La camada de 1966 con el hierro de Albaserrada se lidia por primera vez a nombre de Victorino Martín Andrés.

En 1968 comienza la dura lucha por situar la ganadería en el imaginario colectivo del público de Madrid. Victorino conecta con parte de la afición madrileña que demandaba mayor protagonismo para el animal. El 10 de agosto de 1969 se le da la primera vuelta al ruedo a un toro del hierro de la A coronada. Se llamaba «Baratero» y fue lidiado por Andrés Vázquez. El 25 de mayo de 1972 debuta en la Feria de San Isidro en un mano a mano entre el mencionado torero zamorano y Antonio Bienvenida. Ambos diestros cortan una oreja. Los éxitos se suceden en los años venideros, como el cosechado en 1978 en Las Ventas, en el que sale a hombros con Ruiz Miguel el 30 de mayo tras desorejar el de San Fernando al toro «Conducido», que acapara todos los premios de la feria.

El 1 de junio de 1982 los toros Pobretón, Playero, Mosquetero, Director, Gastoso y Carcelero protagonizan junto a Ruiz Miguel, Luis Francisco Esplá y José Luis Palomar la que ha pasado a denominarse «la corrida del siglo». Los tres diestros cortan dos orejas cada uno y salen a hombros junto con el ganadero y el mayoral. El festejo fue televisado en directo por Televisión Española, que tuvo que repetir su emisión a petición de los televidentes. El 19 de julio de ese mismo año, José Ortega Cano indulta a «Velador», que es hasta la fecha el único ejemplar que ha merecido tal honor en el coso venteño. Desde entonces, los toros de la A coronada compiten en igualdad con los principales diestros del escalafón en las preferencias de los aficionados, que demandan los grises de Victorino.

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