La niñez propia, la visión de lo que uno fue y cómo ese «fue» desembocó en un adulto, es un terreno inabarcable en la literatura y el cine. Alberto Mira (Alzira, 1965), profesor de cine en Oxford Brookes University y uno de los mayores expertos en España en culturas homosexuales, recorrerá este jueves a las 19.00 horas en el IVAM un terreno algo más pequeño pero tremendamente interesante: el lugar que ocupa la infancia queer (o, lo que es lo mismo, no heterosexual) en ciertas reflexiones autobiográficas, y cómo es tratada esa infancia en el trabajo de escritores como Terenci Moix, Reinaldo Arenas o Eduardo Mendicutti, y en películas como La vie en rose, Tomboy, The Hanging Garden o Marvin.

Alberto Mira explicaba ayer a Levante-EMV que su intención es iniciar su conferencia (organizada por la Cátedra de Estudios Artísticos. Siglos XX/XXI), con una referencia a la polémica ocurrida la pasada semana por la participación de «drag queens» en la cabalgata de los reyes magos de Vallecas. «Aquí lo que hay son dos visiones de cómo han de ser los niños. Una que dice que los niños tienen que respetar la tradición, y otra que desarticula esto. ¿Qué tipo de niños queremos? ¿Niños que piensen en fantasías o niños educados en la igualdad y ser individuos normalizados el día de mañana?».

Así, destaca Alberto Mira (autor de libros como De Sodoma a Chueca, la primera historia de las culturas homosexuales masculinas en España; o Miradas insumisas, un ensayo sobre la mirada queer y el cine) cómo la cultura queer, incluyendo esos relatos sobre la infancia de los que hablará en el IVAM, ha contribuido a normalizar la homosexualidad en la sociedad y, lo que quizá es aún más importante, en millones de individuos.

«Siempre ha estado ahí y darle nombre a las cosas es importante. Hay un concepto que a mí me parece clave, que es el concepto de gay. No es sólo un manera de llamar a un grupo de gente, sino que para el niño queer puede ser una manera de gestionar su lugar en el mundo. No es lo mismo no ser nada, que decir "soy gay", con lo tomas una posición que te permite tener fuerzas y crecer como el individuo que quieres ser».

¿La normalización de la homosexualidad ha contribuido a que la cultura gay haya pasado de algo elitista a algo popular? «No es tanto una cuestión de elitismo, sino que todo estaba más oculto y cuando lo encontrabas, acababas reducido a un círculo que también estaba oculto. Cuando te encontrabas a ti mismo te dabas cuenta de que pertenecías a una minoría que no se podía expresar. Esto no sucede ahora, los niños tienen un montón de imágenes a su alrededor. Más que una popularización, lo que hay es una visibilidad mayor».

En el terreno literario, pero sobre todo en el cinematográfico, la necesidad de ocultar el mensaje queer obligaba a los sobreentendidos (como la famosa relación entre Judá y Mesala en Ben Hur) o a la creación de «iconos» del tipo Judy Garland o Barbara Streisand y sus canciones que «expresaban sentimientos profundos». «Tenía que ser todo subtextual y cuando te encontrabas algo así sólo lo podías hablar con un círculo reducido de gente. Ahora se habla mucho, pero esto también puede ser problemático, porque el hecho de que los padres o los adultos sean más conscientes de la posibilidad del niño se convierta en queer también puede poner limitaciones».

Mira señala que en el presente la cultura gay está mucho más diversificada que antes, pero que, al mismo tiempo, «es menos necesaria». Pese a películas tan reciente como La llamada, aquel periodo entre 1977 y 1981 que en España dio títulos como Arrebato, Betty, Lucy y Boom, Los placeres ocultos o El diputado han quedado muy atrás. «La cultura gay como algo de supervivencia va a menos, y todo va hacia una cultura donde tratan de venderte cosas por ser gay. Antes había una necesidad más emocional de consumir esa cultura, ahora se ha convertido en una identidad de mercado», asevera.

Pese a todo, no duda en que «la época actual es mejor que la del pasado» e incluso reconoce sentir «envidia de estos chavales de 15 años que cuando tienen dudas se meten en internet. Hay una serie de miedos, dudas, desajustes, ambivalencias, que internet no te va a resolver, pero al menos tienes un punto de diálogo y un lugar concreto en el que hablar. En nuestra época no había nada. Es una percepción totalmente distinta cuando tienes a tu disposición un discurso externo y cuando no lo hay».