Muchos consideran que aquella fue una jugada promocional bastante rastrera. En 1968 el teclista de Los Bravos, Manolo Fernández, se suicidó tras entrar en una profunda depresión por la muerte de su mujer en un accidente. Alain Milhaud, manager de la banda, organizó una especie de concurso en el que el público debía adivinar el nombre de su sustituto, un organista que actuaba encapuchado.
Finalmente se desveló que el encapuchado era Peter Solley, un joven británico que había tocado con Chris Farlowe y The Thunderbirds o Terry Reid. Pero Peter duró pocos meses en Los Bravos y su guante fue recogido por un joven valenciano que a los 15 años había terminado su carrera en el Conservatorio de Música de València, a los 17 años se había doctorado en virtuosismo del piano por el Real Conservatorio de Música de Madrid, y que había ampliado sus estudios en Alemania gracias a becas como la de la Fundación March, la Santiago Lope y la Diputación Provincial de Valencia. Aquel joven se llamaba Jesús Glück Sarasibar. Ayer murió en Madrid a los 76 años.
Desde su llegada a Los Bravos hasta la década de los noventa, la presencia de Glück en la historia de la música popular española ha sido una constante. En ocasiones a través del canal más inesperado.
Antes de en Los Bravos, los teclados de Glück habían aparecido en varias producciones como músico de estudio, entre ellas discos que han adquirido el estatus de joyas escondidas del pop orquestal como «Flamenco pop» de Alfonso Santiesteban o «El sonido joven de Pepe Nieto y su Orquesta». El valenciano llegó a la banda que encabezaba Mike Kennedy cuando esta ya había disfrutado del éxito mundial de «Black is black» o «Bring a little lovin». Pero, pese a que la popularidad de la banda fue a menos desde entonces, la presencia de Glück coincide con algunas de las producciones más interesantes de Los Bravos, como «Amor y simpatía», «People talking around» o la instrumental «Alegría de vivir».
«Fueron tres años muy duros, pero sin gozar en absoluto de libertad. Un grupo es como una dictaura», recordaba Jesús Glück en una entrevista a finales de los 70, cuando ya era director y pianista de la orquesta de música moderna de Televisión Española. Prácticamente en todos los programas que se realizaban en Prado del Rey o en Estudios Roma en los que hubiera una orquesta, aparecía el pianista valenciano. Y no es poca cosa: estamos hablando de la edad de oro de la televisión musical del país.
Ya en 1969, coincidiendo con sus inicios en Los Bravos, había participado como músico y arreglista en el primer disco de Raphael sin Manuel Alejandro. Desde entonces trabajó como arreglista, productor o compositor con nombres populares de la música en castellano de los 70 y 80 como Rocío Jurado (suya es la orquestación de «Como una ola»), Lola Flores, Manolo Escobar, Concha Velasco, Karina, Alberto Cortez, Morena Clara, José Vélez, Moncho, Marisol, Mari Trini, Paloma San Basilio, Los Chichos, un Luis Miguel adolescente o el intento musical de Victoria Abril. También trabajó con los valencianos Bruno Lomas, Juan Bau, Tony Artis o Francisco.
En una entrevista radiofónica el pasado año, Glück relataba que también estuvo a punto de trabajar con Nino Bravo. «Iba grabar una canción mía cuando murió. No la he presentado en ningún sitio y se quedará siempre en el cajón porque era para él», señalaba.
En los 70 inició también otra de sus facetas como músico: la de compositor de música para películas. Y lo hará a partir de La querida, una película dirigida por Fernando Fernán Gómez con Rocío Jurado de protagonista. Pero fue con José Luis Garcí con el director que trabajó durante más tiempo gracias a composiciones tan memorables como las de los dos Crack, Volver a empezar, Asignatura pendiente o Solos en la madrugada.
