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Una pastilla de Shakespeare

Antes que nada quiero decir que descubrí a Alfredo Sanzol en la primera edición de Tercera setmana. Me quedé prendado de «La respiración». Esta obra significó, para mí, una oxigenación nueva en mí relación con el teatro. Después, en la segunda edición de dicho festival, llegó «La ternura», y también me cautivó. Un poquito menos, pero también. Ahora me alegro sobremanera de que la obra se programe dentro de la temporada. Me alegro porque esta comedia alegra, de verdad.

El objetivo de Sanzol es, como su título indica, «encontrar la Ternura como sea, donde sea, con quien sea». Y verdaderamente la encuentra, al adentrarse en el ambiente de la Commedia dell'Arte y Shakespeare; a recrearlo, a rehacerlo, a jugar magistralmente con él. En efecto, el montaje se nutre del mundo de la comedia humana. La coge, la desmenuza, la reconstruye y extrae un guiso muy actual, sin perder sabor tradicional. Es como si Sanzol se hubiera metido en un laboratorio y cuyo resultado fuera una pastilla en la que el prospecto dice: 500 mg. de la genialidad del dramaturgo inglés y otros quinientos de la asombrosa capacidad del autor y director para componer estructuras dramáticas. En este caso no hay excipientes, ni edulcorantes, pero sí efectos secundarios: una sensación de disfrute con lo que acontece en un escenario. Con esta estructura perfecta. Y lo sería más si se aligerara en algún momento, en algunos momentos de la mitad. Clasicismo y modernidad se dan la mano dentro de un sentido del humor muy al gusto de la teoría de Pirandello; beneficioso y contagioso. Y ahí está también la pérdida de respeto a Shakespeare, no para hacer un producto light, sino repleto de colesterol. Colesterol del bueno. El que produce la elegancia isabelina y desenvoltura verbal al estilo de Muñoz Seca o Jardiel. Y, claro, el desparpajo de un elenco muy entonado. A veces, delirante. Un ambiente actoral que no se me va de la cabeza. «Ternura, qué derroche de amor, cuanta locura».

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