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El triunfo flamenco del amor

El Museo de Bellas Artes expone «Rinaldo y Armida», de Gaspar de Crayer, de la Colección Epiarte

El triunfo flamenco del amor

La primera planta del Museo de Bellas Artes de València exhibe desde la pasada semana una nueva joya pictórica y que preside la sala dedicada a la pintura italiana y flamenca del siglo XVII. Se trata del lienzo Rinaldo y Armida, del pintor flamenco Gaspar de Crayer (Amberes, 1582-Gante, 1669). La imponente obra -de 255,3 x 203,5 centímetros- forma parte de la Colección Epiarte, entidad vinculada a Prensa Ibérica Media, editora de Levante-EMV, y que la ha cedido en préstamo al museo.

Según explica a este periódico Ana Diéguez-Rodríguez, directora del Instituto Moll. Centro de Investigación de Pintura Flamenca, esta pieza resulta «singular» tanto por el tema que representa como por su tamaño. La doctora y directora de la entidad señala que Crayer era un pintor, sobre todo, de retratos y escenas religiosas por lo que son «escasas» y «menos conocidas» las pinturas mitológicas y heroicas, como es este caso. La obra, pintada en torno a 1650, representa al caballero Rinaldo y a la seductora hechicera Armida, como narra la leyenda recogida en el poema épico Jerusalén libertada, de Torquato Tasso. Rinaldo, guerrero de las Cruzadas, cae bajo el embrujo de Armida, que ve al joven como un enemigo y se lo lleva consigo a una isla encantada. Dos de su compañeros en la cruzada, Ubaldo y Danés, son enviados a buscar a Rinaldo para sacarlo de su embrujo. Para ello deberán mostrarle su reflejo en un espejo y sacarlo así de los brazos de Armida.

Pese a la vinculación de Crayer con los trabajos de asuntos devotos, propiciados en Flandes por el gobierno de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, bajo la política española, Crayer «asume» la temática mitológica y se adapta a la modalidad profana con «estilo gallardo y elegante», tal como señala un estudio sobre la obra, elaborado por el presidente de honor del Instituto Moll y exconservador jefe de pintura flamenca y holandesa del Museo del Prado, Matías Díaz Padrón.

Este asunto tuvo éxito en el siglo XVII y Crayer responde a la moda con este trabajo. Tanto fue así que Van Dyck, recuerda el estudio de Díaz Padrón, realizó sus versiones del tema por encargo de Carlos I de Inglaterra y de Federico Enrique de Nassau, hacia 1631. A tenor de las fechas, parece, señala Diéguez-Rodríguez, que Crayer tuvo en cuenta la pintura de Van Dyck. Crayer, para Díaz Padrón, acentúa la influencia de Van Dyck, con efectos cromáticos más pictóricos y jugosos y se distancia del claroscuro y fino colorido de décadas anteriores. Imprime un sentimiento «más emotivo y languidez en los gestos». Siendo esta una de las obras «más originales y bellas», en opinión del exconservador del Prado, Crayer transmite un símbolo del amor sobre la violencia y la guerra. La pincelada es «vibrante, como en la armadura o el espejo», añade la directora del Instituto Moll, y el «paisaje fluctuante». Crayer, en su obra, simplifica la exuberancias del bosque y lo animó con amorcillos que juegan con las joyas y el quitasol.

Crayer logra compensar las formas en el espacio, dota a las figuras de humanidad y ternura, lo que se revela en los ojos húmedos de Armida. De hecho, esto contribuye al mayor protagonismo de la joven, señala el estudio. El punto de atención se concentra en el rostro y generoso escote de la hermosa joven, con pincelada fluida y toques de luz, con trazos impresionistas en los reflejos de la coraza. Aunque su sentimiento es contenido, «reconocemos en esta obra la sutil carga emocional que acusa Crayer en sus últimas obras», señala el estudio de Díaz Padrón.

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