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Crítica musical

«In crescendo»

Recital de Claudio Carbó

Palau de la Música

Lleva el crítico décadas admirando el arte pianístico de Claudio Carbó. Desde que en octubre de 1996 escuchara tocar al entonces aún mozalbete artista el Tercer concierto para piano de Beethoven bajo la dirección de Enrique García Asensio y la Orquesta de València, han sido muchas y variadas las ocasiones que ha tenido de constatar el arte in crescendo y siempre interesante de este perpetuamente joven valor del teclado valenciano, nacido en Beniarjó en 1976 y formado con Fernando Puchol, Dmitri Bashkírov, Galina Eguiazarova y Eliso Virsaladse, entre otros y otras.

Aquel prometedor chaval es desde hace tiempo un artista hecho y derecho. Cargado de criterio, virtuosismo y del mismo entusiasmo y empuje de siempre. Armado en estas virtudes abordó el jueves un enjundioso programa configurado por las tres primeras sonatas para piano que Beethoven dedicada a su admirado maestro Josep Haydn y escribe indistintamente «para el clave o el fortepiano». Sin embargo, poco del autor de La creación y bastante ya del de la Sinfonía Coral hay en este tríptico compuesto en 1795, es decir, cuando Beethoven rondaba los 25 años.

Comenzó el recital con el Allegro de la Sonata en fa menor convertido más en «vivace moltissimo vivace» que en el Allegro sin adjetivos que marca Beethoven. Claudio Carbó no parecía el artista cuajado que es. El tempo desquiciado precipitó todo y no dejó espacio a calibrar registros, cuidar y estratificar dinámicas y explayarse en lo mucho de interés y avanzado que ya se vislumbra en estos compases tempranos. Toda la sonata transcurrió en esta atmósfera de precipitación y nervio (el Adagio fue Andante y el Menuetto más Allegro que Allegretto), que si no llegó al desmadre en el Prestissimo final fue gracias al sólido dominio y rigor técnico del intérprete. Tras este aperitivo inesperado y hasta inquietante, Carbó por todos apreciado fue in crescendo hasta culminar el recital con una interpretación verdaderamente excepcional de la Sonata en Do mayor, precisamente la más compleja y de mayor calado expresivo de este Opus 2. Todo se temperó para cuajar una versión ciertamente maestra, impecable técnicamente -nada importó la mínima imprecisión de las terceras en el compás inicial del Allegro con brio-, articulada de modo sobresaliente. En medio, el pianista ya había dejado rotunda constancia de su entidad pianística en una Sonata en La mayor en la que hizo olvidar los iniciales excesos. Carbó dio un espacioso salto en el tiempo y en la vida de Beethoven para ofrecer, fuera de programa, dos mayúsculas interpretaciones de obras compuestas al final de su vida azarosa. Pero no al malhumorado compositor que tantos tienen en la cabeza, sino al calmo de la primera de las Seis bagatelas opus 126. Dominio técnico, refinamiento, gracia y profundidad se cruzaron en este final de 5 estrellas en el que -como en aquel lejano Beethoven de 1996- reinó el mejor Claudio Carbó.

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