Tengo una gran devoción por El Pont Flotant desde sus inicios. Un punto culminante fue «Com a pedres» (2006) ya que con esta obra, la compañía valenciana iniciaba un modo personal de hacer teatro a modo de una reflexión sobre el paso del tiempo y de los recuerdos. La verdad es que nos introdujo en caminos teatrales inhóspitos (para el placer de la imaginación) al mostrarnos, entre otras delicias teatrales, que los propios actores (su biografía, su personalidad) se convertían en personajes.
Y digo todo esto, porque este montaje sigue fiel a esta línea. La diferencia es que en esta ocasión su trabajo va dirigido a un público familiar, ya que se trata de una producción del errante proyecto Escalante.
Lo curioso es que no han caído en el síndrome de la producción pública, ya que han aprovechado las posibilidades que ofrece esta para seguir en su tónica, para introducir una cuestión complicada y muy actual: el diálogo desde la diferencia, la comprensión del otro.
Un tema que en sus manos se ha transformado en un delicioso espectáculo. En un divertido y emocionante juego. La base es tratar el tema con la mayor cotidianidad: no falta la amistad y la simpatía mutua, dos aspectos que rompen con cualquier atisbo diferente. Sin dejar de ver dicha diferencia: desde el color de la piel a las costumbres heredadas, como la comida. El descubrimiento de esas manera distintas produce más amistad todavía; y más risa. Es evidente que poder contar con actores de diversas procedencias (las posibilidades que decía), ha sido todo un acierto. Todos los personajes están muy bien definidos y perfilados. El lenguaje del cuerpo, la música y la mezcla de las historias reales de los intérpretes con la ficción (sello de la casa) son otros ingredientes que n os sigue mostrando lo que nos separa y nos une. Y lo que nos une al montaje es su perfecta dramaturgia (J esús Muñoz y Pau Pons), la que hace que todo nos llegue de manera natural (y original). Una gozada.
