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Rondando la redondez

Rondando la redondez

Daba escalofríos imaginar lo que podría ser la Primera de Brahms anunciada en la segunda parte del programa tras la excitada y trepidante obertura de Ruslán y Liudmila que abrió el concierto. Por fortuna, todo cambió y el maestro venezolano Domingo Hindoyan (Caracas, 1980) templó tanto arrebato para coronar una Primera sinfonía de Brahms de hondo calado expresivo, propia de maestro bien cuajado. Obtuvo -supo obtener- de la Orquesta de València (OV) una de sus mejores y más implicadas prestaciones de la temporada. Fue un Brahms de alta calidad expresiva y sinfónica, que, sin el más mínimo chovinismo, poco o nada tiene que envidiar al escuchado en el mismo escenario tres días antes a la Orquesta de París con Daniel Harding.

Desde el inicio de la sinfonía, con la cuerda cantando sobre el reiterado fondo del timbal (¡formidable Javier Eguillor!), se percibió la serena grandiosidad de una versión anclada en la tradición, cuidada al detalle, de ancho fraseo y con el peso y densidad que tanto se echó de menos a los profesores parisienses y a Harding. Domingo Hindoyan, del que aún se recuerda su temprano debut con la OV, en noviembre de 2011, con obras de Falla, Grieg y el Malambo de Ginastera, ha crecido desde entonces y es hoy, a sus 38 años, uno de los valores más consolidados de su generación. Su buena estampa sobre el podio refleja una expresividad segura, contundente, meticulosa y -lo más característico- un desparpajo, vitalidad, sentido melódico y alegría que parecen cualidades comunes a todos los músicos salidos del célebre Sistema de orquestas venezolano.

En la recolocada OV -violines II a la derecha del maestro, contrabajos a la izquierda, detrás de los violines I-, destacó casi todo. Excepcional en verdad la trompa solista, María Rubio, que cantó con ese sonido redondo, seguro, penetrante, cálido y rotundamente hermoso que tanto distingue su arte instrumental. Inolvidable la famosa entrada en el cuarto movimiento, en la sección Più andante, que ella convirtió en el punto de mayor nobleza y belleza de tan cuajada versión.

La muy mejorada cuerda, admirablemente liderada por la concertino Anabel García del Castillo, sonó con cuerpo, amplitud, ductilidad y consistencia, aunque no faltaron desajustes ocasionales, particularmente evidentes en el último movimiento. Flauta y oboe solistas ( Anna Fazekas y Roberto Turlo) lucieron sus protagonistas papeles en una sinfonía cargada de capitales intervenciones solistas. Trompetas y trombones -mal el breve coral del último movimiento, también el delicado final del Andante sostenuto- restaron redondez a tan casi redonda versión.

Antes, entre Glinka y Brahms, entre el ruso y el alemán, el popurrí de programa se completó con el Concierto para violonchelo del inglés William Walton, ya escuchado a la centuria valenciana en febrero de 2012, bien tocado entonces por su solista Iván Balaguer. En esta ocasión, su artífice ha sido el alemán Nicolas Altstaedt (Heidelberg, 1982), violonchelista que suma a su virtuosismo una poderosa y singular personalidad artística, visible incluso en su particular manera de sentarse ante el instrumento. Bordó una excepcional versión del concierto waltoniano, a lo que contribuyó sustantivamente el implicado y eficaz acompañamiento de Hindoyan y una OV que sonó a gloria. El regalo de un Bach, quieto, casi congelado - Zarabanda de la Suite en Sol mayor- fue perfecta clausura de tan sobresaliente debut con los sinfónicos valencianos.

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