Siempre he pensado que hay dos Pogorelich: el de las grabaciones y el que se escucha en directo. Me reafirmo al respecto. Saltó a la fama al pasar por el Concurso Chopin de Varsovia en 1980. Poco después debutaría en España (aquí en la Sociedad Filarmónica de València) y tuvo el mundo musical a sus pies. Pero los años le han pasado factura.

Es impensable que a estas alturas de su carrera toque con las partituras en el atril como si fuera un estudiante de grado avanzado al que hay que pasarle las páginas. Tocar así hace que la interpretación se ofrezca inconexa, en un clima incomodo carente de continuidad. Se hizo popular a finales del siglo pasado por su especial manera de modificar los tempi enmendándoles la plana a clásicos y románticos sin recato alguno. El recital se inició con una «Sonatina en fa mayor», de Clementi, obra totalmente prescindible en la cual ya se intuyó que todo tiempo pasado fue mejor. Su amplio sonido de antaño se ha tornado en dureza extrema. Buen ejemplo fue el final de la «Appasionata», de Beethoven, al que llegó totalmente desbocado después de no pocos tumultos, aporreos y roces en un total desafío «contra-natura» al estilo y a la tradición.

Con Pogorelich es sabido que se pierden las referencias. Es lógico pensar en las maneras de Sokolov, Pires, Argerich, de Larrocha, Zimmerman y tantos otros cuya aproximación al compositor es de absoluto respeto y sin caprichos. Su versión de la «Tercera Balada», de Chopin fue alargada con una especie de desasosiego, donde, junto al 2º segundo tiempo de Haydn, perdió la posibilidad de embrujar el ambiente del Palau.

Por supuesto que el virtuosismo es la baza principal del pianista serbio y que su mecanismo impacta visualmente a la vez que le permiten velocidades supersónicas en obras desafiantes como los Estudios transcendentales, de Liszt o «La Valse», de Ravel. Lástima que las ramas no le dejen ver el bosque y quizá no se percatado de ello.

Un intérprete de su talla debe cuidar que sus excentricidades no confundan al espectador. Fue aplaudido con mesura, mas por su pasado que por su presente pero no logró levantar al público. Porque además de dar las notas hay que hacer música.